Woodrow Wilson
La «Alianza Goethe» y el último presidente del Reichstag abandonan su residencia, el cubo de la basura. El consejo de trabajadores intelectuales se reúne y los poetas cantan. Pero, a través del océano, viene Woodrow Wilson a poner fin al caos de Europa.
Historia contemporánea
El tiempo había sido aplicado a este mundo como una caja caliente, y lo impulsaba a expandirse y a dar de sí lo que llevaba dentro.
El mundo, bramando realidades, sudando hechos por mil sitios al mismo tiempo, no habría sido este mundo si no hubiera sacado a la luz, en confusión, figuras burlescas, trágicas y puras.
A principios de diciembre de 1918, el último presidente del Reichstag imperial, llamado Fehrenbach, se acercó anadeando con amanerada gravedad y dijo que, para reparar los males de aquella época, lo mejor era volver a convocar al viejo Reichstag. Era su opinión, y así la manifestó.
Su inquietud se trasladó a la llamada «Alianza Goethe», que antaño había luchado contra la censura teatral en la Alemania imperial. La «Alianza», que había virado al blanco verdoso, cubierto de moho, se animó, abandonó su residencia, un montón de basura, y salió cojeando a la chillona luz del día. Después de haber pedido que disculparan el olor que exhalaban debido a las circunstancias, graznó que era opuesta a todo chovinismo, pero en la actual situación consideraría una indignidad que un teatro de Berlín pusiera en su programa una obra francesa «a no ser que tuviera un superior interés artístico».
Después de lo cual la «Alianza» volvió a retirarse a su residencia.
El consejo de trabajadores intelectuales organizó una gran concentración pública en las «Salas de ceremonia del Oeste». Seis oradores hablaron del «espíritu de la revolución». Finalmente, todos, oradores y público, se fueron a casa sumidos en la preocupación: no habían avanzado en sus objetivos.
Pero los poetas cantaron.
El pintor Meidner cantó:
«Poetas y ciegos cantores de las tabernas y mercados, de los bares, cabarets y tugurios.
»Y vosotros, que escribís tratadillos religiosos, poetas del Ejército de Salvación, hermanos moravos, cuáqueros, adventistas, sionistas, y vosotros, magníficos redactores de panfletos socialistas, alborotadores y anarquistas, cuyas creaciones deslizan los pobres al amanecer por debajo de las puertas de las habitaciones.
»Vosotros, que componéis manifiestos comunistas, marsellesas e internacionales y, al menos durante media hora, superáis la impotencia de las oscuras hordas con alegres relámpagos... y, finalmente, vosotros, que despreciáis el tiempo, vosotros, los auténticos poetas y humanos, vosotros, negadores de Dios de estos días, que actuáis solos y profundamente acongojados... A vosotros, los más fieles de todos, os envío mi saludo fraternal.»
El poeta Hasenclever:
«Del firmamento desciende el poeta nuevo / para acometer grandes y mayores acciones. / El poeta ya no sueña con azules bahías. / Ve alegres bandadas salir a caballo de las granjas. / Su pie holla los cadáveres de las gentes de mala fama. / Su cabeza se alza para acompañar a los pueblos. / Él será su líder. / Él anunciará la nueva. / La llama de su palabra se convertirá en música. / Él fundará la gran alianza de los pueblos. / El Derecho de la Humanidad. / La república.»
Johannes R. Becher:
«Desplome, derrumbe, azul. Ah, bombas, barricadas, fuego. Asaltad ahora, sitio, tumulto, tambores, rayos escupidos por ollares y cañones. ¡Lanzaos, vamos! Allanad infinitos umbrales, espumeando chispas, ciudadelas. Ser humano actor. Ensalzado. Inmortalidad.»
Thomas Woodrow Wilson y los principios de América
Pero ya estaba en camino desde América el presidente Woodrow Wilson, un hombre de sesenta y dos años. Viajaba en el buque de transporteGeorge Washington, acompañado por el crucero acorazadoPennsylvania y cinco destructores. Se le esperaba el 13 de diciembre en Brest,