: Aldous Huxley
: La Filosofía Perenne
: Edhasa
: 9788435046404
: 1
: CHF 7.10
:
: Philosophie: Antike bis Gegenwart
: Spanish
: 384
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Vasta erudición y profunda sensibilidad no están reñidas en este estudio que rastrea, a través de todas las grandes culturas de la historia, eso que Leibniz denominó 'Philosophia Perennis': la búsqueda de lo esencial.

Aldous Huxley, procedente de familia de tradición intelectual, se formó en Eton y Oxford.Después de unas primeras novelas predominantemente satíricas, el éxito y la atención de la crítica más rigurosa llegó con Contrapunto(1928), ambiciosa e inteligente novela que constituye uno de los retratos más agudos y completos del esnobismo intelectual de entreguerras. Su siguiente novela, Un mundo feliz(1932), es quizá su obra más famosa y sin duda la más inquietante. Pasó un tiempo escribiendo guiones cinematográficos en Hollywood, hasta que volvió a situarse en primera línea con las novelas El genio y la diosa (1945), El tiempo debe detenerse (1948), Mono y esencia (1949) y La isla (1962), y los polémicos ensayos Eminencia gris (1941), La filosofía perenne (1946) y Nueva visita a un mundo feliz (1958).

INTRODUCCIÓN

Philosophia Perennis:la frase fue acuñada por Leibniz; pero la cosa –la metafísica que reconoce una divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a la divina Realidad, o aun idéntico con ella; la ética que pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo el ser–, la cosa es inmemorial y universal. Pueden hallarse rudimentos de la Filosofía Perenne en las tradiciones de los pueblos primitivos en todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene su lugar en cada una de las religiones superiores. Una versión de este Máximo Factor Común en todas las precedentes y subsiguientes teologías fue por primera vez escrita hace más de veinticinco siglos, y desde entonces el inagotable tema ha sido tratado una y otra vez desde el punto de vista de cada una de las tradiciones religiosas y en todos los principales idiomas de Asia y Europa. En las páginas que siguen he reunido cierto número de estos escritos, escogidos principalmente por su importancia –porque ilustraban eficazmente algún punto determinado en el sistema general de la Filosofía Perenne–, pero también por su intrínseca belleza y memorabilidad. Estas selecciones están dispuestas bajo diversos títulos e incrustadas, por decirlo así, en un comentario mío destinado a ilustrar y relacionar, a desarrollar y elucidar.

El conocimiento es una función del ser. Cuando hay un cambio en el ser del conociente, hay un cambio correspondiente en la naturaleza y la cuantía del conocimiento. Por ejemplo, el ser de un niño se transforma por el desarrollo y la educación en el de un hombre; entre los resultados de esta transformación está un cambio revolucionario en el modo de conocer y la cuantía y carácter de las cosas conocidas. A medida que el individuo crece, su conocimiento toma una forma más conceptual y sistemática, y su contenido factual, utilitario es enormemente aumentado. Pero estas ganancias se hallan contrapesadas por cierto deterioro en la calidad de la aprehensión inmediata, por un embotamiento y pérdida de poder intuitivo. O consideremos el cambio en su ser que el científico puede inducir mecánicamente por medio de sus instrumentos. Equipado con un espectroscopio y un reflector de sesenta pulgadas, un astrónomo llega a ser, en lo que concierne a su vista, una criatura sobrehumana; y, como naturalmente hay que suponer, el conocimiento que posee esta sobrehumana criatura es muy diferente, así en cantidad como en calidad, del que pueda adquirir un simple contemplador de estrellas con sus ojos meramente humanos.

Y no son los cambios fisiológicos o intelectuales del ser del conociente los únicos que afectan su conocimiento. Lo que sabemos depende también de lo que, como seres morales, decidimos hacer de nosotros mismos. «La práctica –según las palabras de William James– puede cambiar nuestro horizonte teórico, y puede hacerlo de doble modo: puede conducir a nuevos mundos y suscitar nuevos poderes. El conocimiento que nunca lograríamos permaneciendo lo que somos, acaso sea alcanzable en consecuenc