JOSÉ MARÍA FONOLLOSA,
POETA DE LA CIUDAD
José Ángel Cilleruelo
Una presentación
La «vida literaria» de José María Fonollosa (1922-1991) –si bajo este concepto se comprenden las actividades que un escritor realiza para mostrar su obra a los lectores (presentaciones, coloquios, firmas...)– solo tuvo un único día de existencia. Es posible que sea la más breve «vida literaria» de la historia, y quizá también el acto cultural preparado con mayor antelación, durante cinco décadas de escritura y corrección deCiudad del hombre, tal como se deduce de uno de los poemas: «Tengo ya preparadas las respuestas / para las entrevistas periodísticas / ... / Puedo empezar, pues, a escribir mi libro».
La presentación a la prensa deCiudad del hombre: New York (Sirmio, Barcelona, 1990), el único acto literario sobre su obra al que Fonollosa pudo asistir, sucedió una mañana de primavera de 1990. Para el encuentro con la prensa eligió un local en la parte alta de Las Ramblas, la cafetería Moka. «Un local sin alma», según la crónica de uno de los periodistas, cuya apariencia anodina, tanto entonces como en el presente, oculta un pasado literario: fue el café que frecuentaba George Orwell (1903–1950) durante su época de miliciano en Barcelona y el lugar donde ocurrió un episodio de la guerra civil que narra enHomenaje a Cataluña.
Aquel día Fonollosa impidió que se realizara la habitual sesión fotográfica alegando la insatisfacción en aquel momento de la vida con su deterioro físico. La expectativa que ya entonces había despertado el libro y su autor creció huérfana de imágenes. Y los artículos que se publicaron, más de los que suele propiciar la presentación de un libro de poesía, aparecieron ilustrados con fotografías de Nueva York o con reproducciones de la cubierta.
La fisonomía del escritor a sus sesenta y ocho años quedó aquel día sin registrar. Los periodistas culturales que acudieron a la convocatoria sí pudieron ver al poeta y escuchar «ya preparadas las respuestas / para las entrevistas periodísticas». Anotaron en sus cuadernos las frases que llamaron su atención y, entrecomilladas, las reprodujeron en las crónicas del día siguiente. No es fácil tampoco con tan escasos fragmentos reconstruir el discurso de Fonollosa, pero algunas frases entre las pronunciadas aquel día bien pueden servir ahora como preámbulo a esta edición, por primera vez completa, deCiudad del hombre.
Quizá, si hubiera podido hablar de nuevo sobre este volumen, Fonollosa empezara recordando que «cuando, a los catorce años, leíLa Odisea encargué al inconsciente hacer algo igual, hacer una obra parecida o mejor»1. Y es esta, sin duda, la sorpresa inicial de un libro pensado y escrito como obra de arte total, con el propósito de dar una visión íntegra del ser urbano contemporáneo, a la manera de la antigua epopeya griega, pero también de ciertos títulos fundacionales de la literatura contemporánea que anhelaron esta misma y visionaria amplitud, comoLeaves of Grass (1855) oUlysses (1922), ambos modelos deCiudad del hombre, no temáticos ni estilísticos, pero sí estructurales: como «contraparte oscura y desgastada»2 del canto a uno mismo; astillado ahora en una multitud de canciones inarmónicas, el primero; y como itinerario urbano durante las horas de una única jornada, el segundo.
Una obra que fue concebida para aspirar a la perennidad: «Es la obra lo que perdura. La vida solo me ha servido para la obra. Siempre he tenido el deseo de inmortalidad y me parece que la conseguiré. Quiero dejar una muestra de que yo también he estado aquí». Sin embargo, al final de su vida, Fonollosa solo logró ver impresa una pequeña parte de su obra, y muchos años después de haberla escrito. «Llegó un momento en que perdí la esperanza de ver mi obra publicada. Estaba resignado a hacerlo después de muerto, como Kafka. Había pensado en suicidarme y dejarle los originales a Pere Gimferrer para que me los editase». Una obra así escrita pudo renunciar al agasajo de la edición e