: Bernard Cornwell
: Sharpe y el oro de los españoles (IX) La destrucción de Almeida, 1810
: Edhasa
: 9788435048507
: 1
: CHF 7.10
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: Erzählende Literatur
: Spanish
: 336
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
'Sharpe y el oro de los españoles' tiene como escenario la España que en el siglo pasado se enfrentó a las poderosas tropas napoleónicas con el apoyo del ejército británico que encabezaba Wellington. España, 1810. Ha pasado ya un año de la batalla de Talavera cuando el ya capitán Richard Sharpe recibe el encargo de apoderarse de una reserva de oro oculta en las montañas portuguesas. Gracias a ella se podría salvar la crítica situación financiera del ejército de Wellington. Para conseguirlo, Sharpe deberá enfrentarse a muchos obstáculos: a las experimentadas tropas francesas, a un fanático y feroz guerrillero español y a su bella pero peligrosa amante; y para ello será necesario todo su talento militar y la destreza en el campo de batalla que lo distinguen como el más singular oficial inglés. Después de un sinfín de batallas, acorralado en la ciudad amurallada de Almeida, Sharpr no duda en emplear cualquier tipo de estratagema y artimaña para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, sus superiores no pueden tolerar impasiblemente sus poco convencionales métodos... A no ser que la misión se cumpla con éxito.

Bernard Cornwell nació en Londres en 1944 y vivió su infancia en el sur de Essex. Después de graduarse en la Universidad de Londres, trabajó para la cadena de televisión de la BBC durante siete años, principalmente como realizador del programa Nationwide. Posteriormente se hizo cargo del departamento de actualidad de la BBC en Irlanda del Norte, y en 1978 pasó a dirigir el programa Thames at Six, para la Thames Television. Actualmente reside en Estados Unidos. Su serie dedicada a Richard Sharpe, que en España viene publicando Edhasa, le ha convertido en uno de los escritores más leídos y de mayor éxito en el género de la novela histórica de aventuras, condición que volvió a poner de manifiesto con la trilogía formada por Arqueros del Rey (2001), La batalla del Grial (2002) y El sitio de Calais (2004) o la tetralogía sobre Starbuck, situada en la guerra civil americana, de la que las primeras entregas han sido Rebelde (2011), Copperhead (2012) y Bandera de batalla (2020) . También son buena muestra de su talento las novelas Stonehenge (2000), El ladrón de la horca (2003) o Azincourt (2010), El fuerte (2011) así como las Crónicas del Señor de la Guerra: El rey del invierno (2008), El enemigo de Dios (2009) y Excalibur (2010). El ciclo sobre la confluencia de sajones, vikingos y normandos, se inició con Northumbria, El último reino (2006), Svein, el del caballo blanco (2007), Los señores del Norte (2008), La canción de la espada (2009), La tierra en llamas (2010), Muerte de Reyes (2013), Uhtred, el pagado (2014), El trono vacante (2015), Los guerreros de la tormenta (2016), El portador de la llama (2018) todas ellas publicadas en Narrativas históricas y prácticamente todas también publicadas en la colección económica de bolsilo Pocket-edhasa. Esta serie sobre la aventuras de Uhtred de Bebbamburg, lo ha ecumbrado a lo mas alto de la novela histórica y ha sido llevada a la televisión por la BBC (Netflix)

CAPÍTULO 2

Si alguien tenía necesidad de un símbolo de derrota inmi -

nente, la iglesia de San Pablo de Celorico, el cuartel general provisional del South Essex, se lo proporcionaba. Sharpe se quedó en el coro observando cómo el cura encalaba una reja magnífica. La reja era de plata maciza, antigua y trabajada, una ofrenda de algún feligrés ya olvidado, los rostros de cuyos familiares se reproducían en los de las mujeres y discípulos que se lamentaban mirando fijamente hacia el crucifijo. El cura, situado sobre un caballete y con la cal chorreándole por la sotana, miró a Sharpe y luego la reja y se encogió de hombros.

–La última vez tardamos tres meses en limpiarla.

–¿La última vez?

–Cuando se fueron los franceses.

La voz del cura era amarga y dio unas ligeras pinceladas toscas sobre finas tracerías.

–Si hubieran sabido que era de plata, la hubieran cortado a trozos y se la hubieran llevado.

Salpicó la imagen clavada y colgada con un manotazo de pintura, y entonces, como para disculparse, se cambió la brocha a la mano izquierda de manera que la derecha pudiera hacer mecánicamente la señal de la cruz sobre el hábito salpicado.

–Tal vez no lleguen tan lejos.

Eso resultaba poco convincente, incluso para Sharpe, y el sacerdote no se molestó en responder. Simplemente dejó ir una risa forzada y sumergió la brocha en el cubo. «Lo saben –pensó Sharpe–, todos ellos saben que vienen los franceses y que los británicos retroceden». El cura le había hecho sentirse culpable, como si él personalmente estuviera traicionando la ciudad y a sus habitantes, y se fue por entre la oscuridad de la iglesia hacia la puerta principal, donde el oficial de intendencia del batallón supervisaba cómo se amontonaba el pan recién hecho para las raciones de la cena.

La puerta se abrió de golpe, dejando entrar el último sol del atardecer, y Lawford, vestido con su mejor y más brillante uniforme, llamó a Sharpe.

–¿Listo?

–Sí, mi coronel.

El mayor Forrest esperaba fuera y sonrió nervioso a Sharpe.

–No se preocupe, Richard.

–¿Preocuparme?

El honorable teniente coronel William Lawford estaba enojado.

–Debería estar bien preocupado –dijo mirando a Sharpe de arriba abajo–. ¿Es eso lo mejor que tiene?

Sharpe se tocó el desgarrón en la manga.

–Es todo lo que tengo, señor.

–¿Todo? ¡Qué me dice de aquel uniforme nuevo! Dios mío, Richard, parece un vagabundo.

–El uniforme está en Lisboa, mi coronel. Lo tengo de reserva. Las compañías ligeras han de viajar con poco equipaje.

Lawford soltó un resoplido.

–Y tampoco deberían amenazar a la policía militar con fusiles. Venga, no queremos llegar tarde.

Se encajó el tricornio en la cabeza y devolvió el saludo a los dos centinelas que habían escuchado, divertidos, su bravata.

Sharpe levantó la mano.

–Un momento, coronel.

Le sacudió una imaginaria mota de polvo en la insignia de oro del regimiento que el coronel llevaba sobre la faja blanca atravesada. Era una insignia nueva que Lawford había encargado después de lo de Talavera, y que constaba de un águila encadenada: un mensaje dirigido al mundo de que el South Essex era el único regimiento de la península que había capturado un estandarte francés. Sharpe retrocedió satisfecho.

–Así está mejor, mi coronel.

Lawford captó la indirecta y sonrió.

–Es un bastardo, Sharpe. El que haya capturado un águila no quiere decir que pueda hacer lo que quiera.

–¿Y en cambio cualquier idiota que vaya disfrazado de policía militar sí puede?

–Sí –dijo Lawford–. Así es. Vamos.

A Sharpe le resultaba extraño que siendo Lawford el compendio de todo lo que a él le desagradaba respecto a privilegios y riqueza, sin embargo le gustara y se alegrara de servirle. Tenían la misma edad, treinta y tres, pero Lawford siempre había sido oficial, nunca se había preocupado del ascenso, y nunca mostraba interés por saber de dónde saldría el dinero del año siguiente. Siete años antes, Lawford era teniente, y Richard Sharpe, su sargento, ambos habían luchado en la India contra los mahrattas, y el sargento había hecho que el oficial se mantuviera con vida en las mazmorras del sultán Tippoo. En agradecimiento, Lawford le enseñó al sargento a leer y a escribir, y así lo capacitó para un ascenso si alguna vez era lo bastante imprudente como para protagonizar un acto de v