: Nieves Muñoz
: Las damas de la telaraña
: Edhasa
: 9788435048743
: 1
: CHF 9.80
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 720
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Claudine y Niní tienen un sueño: convertirse en bailarina principal de la Ópera Garnier de París. Pero las parcas han tejido un hilo diferente para ellas, y pronto ese sueño se quiebra. Claudine, anclada a Montmartre para sobrevivir, con tan sólo la amistad de Alain y el amor de Adrien como salvavidas, intentará mantenerse lejos las bandas que asolan las calles. Y Niní, arrastrada por un pasado oculto, verá morir a la niña que fue en Togolandia, colonia alemana en un pedazo de la misteriosa y lejana África, para renacer en una mujer nueva al otro lado del mundo, en un hospital de Zúrich. Pero el hilo que las une, como la red de una telaraña, no es tan fácil de quebrar. Convertidas en aquello de lo que siempre habían deseado huir, una vendiendo su cuerpo y la otra los secretos del Imperio, ni la guerra que asola Europa ni la enfermedad de la locura que las ataca podrá cambiar el destino que las aguarda... Es ésta una historia de guerra en los albores de la Primera Guerra Mundial, de las colonias imperiales, del París de principios de siglo, de una Europa que se consume. Pero también, y sobre todo, una historia humana, en las que las protagonistas emergen, con sus defectos y virtudes, como seres eternos que se clavan en el corazón. Pasión, amor, traiciones, desvelos, locura, magia ancestral y amistad. Todo eso y mucho más hace de esta obra, Las damas de la telaraña, una novela absolutamente inolvidable. Y a su autora, Nieves Muñoz, la lanza como lo que sin duda es: una maestra de la novela histórica y del sentir más humano. De la autora de 'Las batallas silenciadas', una nueva historia inolvidable de guerra, pasiones, dolores y olvido, muchos sentimientos agolpados que te atraparán entre las páginas de esta novela. Claudine y Niní se convertirán en parte de tu propia historia.

Nieves Muñoz nació en Valladolid en 1976. Vinculada siempre a las letras, bien como escritora de historias o como lectora, eligió sin embargo un camino diferente para su formación: la enfermería. Para ella, escribir es una forma de vida. Tras formarse en técnicas literarias, ha colaborado en varias antologías de relatos, como articulista para blogs de narrativa y en la revista literaria El taller de la factoría. Con 'Las batallas silenciadas', al fin se atrevió a dar el paso con una maravillosa novela histórica con la que ha consiguió aunar sus dos grandes pasiones y, además, obtuvo el premio Hislibris a la mejor autora novel de literatura histórica en 2019 con esta obra. Ahora nos volverá a emocionar con 'Las damas de la telaraña' (junio 2022), la historia de dos mujeres con un mismo sueño: ser la primera bailarina de la Ópera Granier de París ¿lo conseguirán?

OBERTURA

 

PRIMER MOVIMIENTO

El orgullo de Madeleine Pelletier no le permitía girar sobre sus talones y alejarse de aquel edificio de pesadilla. Un silencio irreal la envolvía mientras rodeaba los gruesos muros, en los rincones a los que la luz de la luna no llegaba. Buscaba la puerta de servicio.

Se le había ocurrido acudir a la cita vestida de varón para evitar suspicacias. Si descubrían a una mujer vagando por las calles a esas horas de la noche, estaría en un buen apuro. Aunque, en ese año de 1892, fingir ser un hombre la llevaría a la cárcel; o peor, al edificio al que estaba a punto de entrar.

Llevaba un abrigo largo con solapas y la corbata a modo de una flor oscura entre ellas. El sombrero gris detweed bien calado cubría el moño con el que se había recogido la melena. Nunca le había dado mucha importancia a su figura, pero, ahora, que los pantalones no le marcaran las curvas le parecía una ventaja.

Mientras se acercaba, creía escuchar los gritos de las pacientes allí recluidas, avivada su imaginación por las historias que entre susurros y al abrigo del fuego recorrían París. El hospital de la Pitié-Salpêntrière había sido primero una penitenciaría para prostitutas, y ahora lo era para las locas. Allí agonizaban las desahuciadas, las repudiadas o aquellas a las que habían querido dejar en el olvido. Las comadres chismorreaban, con los ojos desorbitados y una sonrisa entre el morbo y el horror, que los doctores las torturaban y experimentaban con sus cuerpos para intentar comprender sus mentes rotas.

Madeleine apretó el paso. Evitaba mirar hacia los ventanales, encerrados en una oscuridad que intentaba abrirse paso entre las juntas de la madera, tras los que imaginaba cientos de ojos observándola, vigilantes y agresivos, conocedores de la invasión de sus dominios. Como futura estudiante de Medicina, creía en la ciencia para curar las enfermedades y estaba preparada para enfrentarse a ellas. Excepto a la pérdida de la cordura. Los locos le producían un miedo cerval. Se secó con el pañuelo las gotas de sudor frío que le rizaban el cabello en la nuca.

Tenía ganas de terminar con aquello. Alargó las zancadas; casi corría, aunque el taconeo de sus propias botas contra el asfalto la sobresaltara.

Todo había comenzado el miércoles anterior. Una niña inocente encerrada entre sórdidas paredes. Eso explicaron tras uno de los discursos sobre el sufragio femenino en un cobertizo a orillas del Sena. Y ella se ofreció voluntaria. En esos círculos en defensa de los derechos de la mujer halló su razón para luchar tras huir de una madre dominante y un padre borracho. Aquellas mujeres la apoyaban, e incluso la habían convencido de cursar el bachillerato. Por eso estaba muy ilusionada; quería entrar en la Universidad de Medicina y necesitaba devolverles de algún modo la confianza que habían depositado en ella, contribuir a la causa. Sin embargo, ahora, inmersa en la oscuridad, a punto de traspasar aquellos muros con sus falsas líneas elegantes y esa aura amenazadora, sólo el sufrimiento de esa pequeña se anteponía al terror que le recorría las entrañas.

Perdió de vista la cúpula recortada contra el cielo estrellado cuando alcanzó la puerta de servicio, y llamó con el número de golpes acordados. Retuvo el aire en los pulmones mientras la hoja giraba sobre sus goznes.

–¡El hospital está cerrado!

Madeleine se sorprendió por un momento. Y entonces entendió: esperaban a una mujer.

–Soy la sufragista –susurró con su voz más dulce.

Un ojo entrecerrado la observó durante unos instantes, y la acusación sin pronunciar flotó a través del resquicio abierto.

–¡Llega tarde! ¿Por qué demonios va vestida así? Esto nos complica muchísimo las cosas...

Madeleine musitó una disculpa. Por su mente cruzó la imagen del libro de anatomía en que había estado enfrascada hasta que se percató de la hora. Estudiaba sin descanso, pues debía aprobar los exámenes para acallar a ciertos profesores y compañeros. Pero una punzada de culpabilidad le hizo apretar los labios; también debía comprometerse más con la causa. No volvería a fallar.

La puerta se abrió del todo, y una fuerza inesperada tiró de su cuerpo hacia el interior. La mujer que la esperaba dentro era tan diminuta que apenas llenaba