Empiezo a leer el libroCriada. Trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre, de Stephanie Land, y me sale título para este prólogo: «Las casas que limpiamos y gestionamos las trabajadoras del hogar y cuidadoras y en las que no podemos vivir».
Las trabajadoras de hogar y cuidadoras nos encargamos de cuidar a personas mayores, dependientes o enfermas, niños y niñas, mascotas, y hasta de las plantas. También hacemos de psicólogas, maestras o lo que se tercie.
Quienes hacemos este trabajo tan importante, que sostiene la vida y, por tanto, el engranaje del mundo, lo realizamos, por lo general, en condiciones precarias. Pero para este sistema, que tan bien funciona, gracias a nuestro imprescindible trabajo, continuamos siendo invisibles y nuestros derechos están recortados si los comparamos con otros sectores.
El trabajo doméstico es un trabajo que a lo largo de la historia casi siempre se ha asignado a las mujeres. Las sociedades capitalistas, patriarcales y racistas siguen sin resolver la reorganización de los cuidados; unos cuidados donde los hombres siguen siendo los grandes ausentes. Por su parte, las mujeres tienen la tarea pendiente de solucionar el conflicto de quién pone la lavadora, quién gestiona la casa… Las familias que pueden permitírselo aparcan la discusión y el trabajo y lo resuelven contratando a una empleada de hogar. Estas familias se aseguran de poder continuar con sutrabajo asalariado y conseguir una vida digna, sin dobles jornadas. Las empleadas de hogar se convierten en el «seguro» de su «estilo de vida».
También vuelvo a confirmar que este trabajo —que realizamos Stephanie Land y millones de mujeres en todo el mundo— tiene coincidentes características, da igual en qué parte del planeta trabajemos. O bien lo realizan las mujeres en el seno de sus familias de manera no remunerada, solo por amor, o lo hacen las mujeres más pobres o, en los últimos años, migrantes que somos, de alguna u otra forma, expulsadas de nuestros países de origen.
Después del apropiamiento de tierras, aguas, recursos naturales, instalaciones de empresas que dañan el medio ambiente y que hacen que no podamos vivir en nuestros países, en nuestros hogares, muchas mujeres tomamos la decisión de salir en busca de una vida mejor para nosotras y nuestras familias. Lo más difícil es que cuidamos aquí de otras personas, de otras familias, al tiempo que tenemos que dejar a nuestros menores y mayores en manos de los cuidados de otras mujeres en nuestros países; es lo que denominamos «cadenas globales de cuidados».
Cuando llegamos a estos países en Europa, donde las condiciones de vida son, en principio, mejores, una de las salidas que nos «deja» el sistema es realizar tareas de cuidados y trabajo doméstico,tomando el relevo de muchas otras mujeres que conquistaron algunos derechos, como trabajar fuera de casa remuneradamente. Muchas mujeres migrantes y pobres, y con una situación de vulnerabilidad a flor de piel por no tener papeles, trabajan en lascondiciones que sea por su compromiso de enviar remesas (bien en recursos, bien en dinero) a sus familias, para seguir «sosteniendo allá».
Muchas de estas mujeres que «sostenemos», trabajamos en grandes ciudades donde intentamos sobrevivir con salarios ridículos aunque trabajemos todos los días y a todas horas y empleamos los salarios, en su mayor parte, en pagar una vivienda que cuesta más de lo que ganamos.
Necesitamos sociedades donde los derechos básicos como la vivienda, la salud, la educación, el derecho al cuidado y al ocio estén cubiertos.
Cuando leo la historia de Stephanie Land, a través de las casas que limpia cada día, y las peripecias que tiene que hacer para cuidar a su hija, bajo el temor de que le nieguen la ayuda para poder llevarla a la guardería y así poder trabajar, leo la historia de milesde migrantes trabajadoras domésticas: la búsqueda constante de un hogar que reúna unas mínimas condiciones y que le permita estar con su hija sin dejarla de lado, el miedo a que el padre le quite la custodia o le diga, día sí y día también, que es él quien merece tener a la niña.
Stephanie Land no cuenta con el respaldo de una familia o de redes amigas. En su ensayo cuenta estrategias para encontrar gente solidaria en determinados momentos, aunque la mayoría de la gente le mira, nos mira, con esas miradas, porque no son solo palabras, que nos recriminan por ser pobres, por ser mujeres solas con nuestras hijas e hijos y por realizar trabajos para poder sobrevivir