CAPÍTULO 1
A sesenta y siete kilómetros al sur de San Ysidro, yendo por una gran carretera que va de norte a sur en California, se llega a un cruce de caminos que desde hace unos ochenta años recibe el nombre de Rebel Corners. De aquí sale hacia el oeste y en ángulo recto una carretera rural que, pasados setenta y ocho kilómetros, enlaza con otra carretera de norte a sur que va desde San Francisco a Los Ángeles y, por supuesto, a Hollywood. Todo aquel que quiera ir desde el valle del interior hacia la costa en esta parte del estado tiene que tomar la carretera que arranca de Rebel Corners, va serpenteando entre montes y algo de desierto y atraviesa tierras de labranza y montañas hasta que, por fin, alcanza la carretera costera, justo en plena ciudad de San Juan de la Cruz.
Rebel Corners recibió su nombre en 1862. Se cuenta que una familia, de apellido Blanken, tenía una herrería en el cruce de caminos. Los Blanken y sus yernos eran paisanos de Kentucky, pobres, ignorantes, orgullosos y violentos. Como no poseían muebles ni propiedades, vinieron del este con lo que tenían: sus prejuicios y su política. No eran dueños de esclavos, pero aun así estaban dispuestos a vender caras sus vidas en defensa del libre derecho a poseerlos. Al comenzar la guerra, los Blanken hablaron de volver a atravesar el inconmensurable oeste para luchar por la Confederación, pero el camino era muy largo, lo habían recorrido ya una vez y estaba demasiado lejos. Y así fue como, en una California en la que predominaba el apoyo al norte, los Blanken llevaron a cabo su propia secesión de ciento sesenta acres y un taller de herrería, separándose de la Unión e integrando Blanken Corners en la Confederación. También se dice que cavaron trincheras y abrieron vanos estrechos para los rifles en los muros del taller, con el fin de defender aquel islote rebelde de los odiados yanquis. A todo esto, los yanquis, que en su mayoría eran mexicanos, alemanes, irlandeses y chinos, lejos de atacar a los Blanken, se sentían más bien orgullosos de ellos. Los Blanken nunca habían vivido tan bien, pues el enemigo les traía pollos, huevos y salchichas de cerdo en época de matanza, gracias a que todo el mundo pensaba que, sin reparar en la causa, semejante valor merecía un reconocimiento. El lugar recibió el nombre de Rebel Corners y lo ha conservado hasta hoy.
Después de la guerra los Blanken se volvieron vagos, llenos de odios y agravios, y surgieron pleitos entre ellos, como sucede con todas las naciones derrotadas, de modo que al evaporarse con el fin de la guerra el orgullo que inspiraban, la gente dejó de llevarles los caballos a herrar y los arados para cambiarles la punta. Al final, lo que no pudieron hacer los ejércitos de la Unión por la fuerza de las armas lo hizo el First National Bank of San Ysidro extinguiendo su derecho a redimir la hipoteca.
Ahora, cosa de ochenta años después, nadie recuerda gran cosa de los Blanken salvo que eran gente muy orgullosa y muy desagradable. A lo largo de los años siguientes la propiedad cambió de manos muchas veces antes de ser incorporada al imperio de un magnate de la prensa. La herrería ardió, fue reconstruida y volvió a arder, y lo que quedó fue convertido primero en taller mecánico con surtidores de gasolina, luego en tienda-restaurante-taller y además estación de servicio. Cuando Juan Chicoy y su mujer lo compraron y obtuvieron la licencia para hacerse cargo de un servicio de transporte público entre Rebel Corners y San Juan de la Cruz, se convirtió en todas esas cosas, y por añadidura, en estación de autobuses.
Los rebeldes Blanken, por la vía del orgullo y de una facilidad para darse por ofendidos que constituye la piedra de toque de la ignorancia y la pereza, desaparecieron de la faz de la Tierra, y nadie recuerda qué aspecto tenían. Rebel Co