En una ocasión Margaret le había confesado un desinterés similar al suyo por todo lo relacionado con el sexo, aunque eso no le impidió casarse con Trip, un chico con el que habían crecido, conocido por su voraz y a menudo indiscriminado apetito sexual, entre otros vicios.
Cuando era adolescente, Trip se había emborrachado tanto en un baile de cotillón que se había puesto a vomitar y le había salido una alubia por la nariz. Aunque había ocurrido hacía media vida, a Laura aún le costaba mirarle sin recordar aquella imagen. Evidentemente no le sucedía lo mismo a Margaret, quien, en cuanto los declararon «marido y mujer» en el altar, había levantado un puño en el aire con gesto triunfante, como una deportista olímpica en lo alto del pedestal después de recibir el oro.
Tras la ceremonia, el banquete se había celebrado en el Carlyle. La familia había alquilado una flota entera de coches de la compañía London Towncars2 para trasladar a los invitados, pero Laura había decidido ir caminando. Había llovido, la agradable brisa de finales de abril formaba pequeños remolinos con los pétalos recién caídos y olía a asfalto mojado. Los charcos reflejaban la imagen temblorosa de los perales en flor que se alzaban a ambos lados de Madison Avenue. El sol calentaba las aceras y parecía que la ciudad se estaba despertando después de echar una cabezada. Laura podría haber seguido paseando durante toda la tarde, pero cuando por fin llegó al Carlyle se había sentido obligada a entrar.
El banquete pronto se había convertido en un tedioso maratón de conversaciones de treinta segundos con personas a las que creía conocer, pero de las que en realidad no sabía nada. En ninguno de los brindis se mencionó el incidente de la alubia, menos aún el suyo, que —como la misma Laura percibió mientras hablaba delante de todos los invitados— se centró exclusivamente en los primeros años de su amistad con Margaret, sin referirse en ningún momento a la mujer en la que se había convertido su amiga, ni a la relación entre «Margaret y Trip», que era lo que supuestamente debían hacer los brindis nupciales, en especial cuando eres una de las damas de honor.
Cuando llegó el momento en que la novia debía lanzar el ramo, en lugar de arrojarlo al azar hacia el grupo de chiquillas que se habían reunido en la pista de baile, Margaret (que no tenía ningún problema de coordinación) lo lanzó de tal modo que voló en diagonal cruzando la pista de baile y fue a caer justo a los pies de Laura.
Con todas las miradas fijas en ella, no le quedó otra opción que recogerlo. Cuando las chiquillas se arremolinaron a su alrededor, ella se lo dio a la más joven de todas, quien chilló de placer levantando su trofeo.
La Biblioteca, que en tiempos había sido la primera residencia del bisabuelo de Laura, era en la actualidad un museo utilizado para eventos privados. En origen este era un privilegio del que también gozaban los socios corporativos y donantes institucionales, pero los fondos de la Biblioteca eran limitados y, desde hacía una década, el Consejo de Administración había decidido alquilar el lugar al público. Sus habitaciones de época primorosamente renovadas y su salón de banquetes con suelos de mármol se habían hecho muy populares como escenario para la celebración de bodas. Después de licenciarse en Inglés en la universidad, Laura se había mostrado reacia a aceptar el trabajo en un principio. No era particularmente ambiciosa, pero deseaba implicarse en cuestiones de mayor importancia, hacer algo que tuviera un impacto positivo. Pero entonce