II
DIÓGENES
Nos reunimos con los compañeros de Información.
—¿Qué importancia tiene la carnicería del señor El Bakkali en todo esto?
—Sobre todo, tiene importancia porque está muy relacionada con la Operación Diógenes.
—Operación Diógenes. Habladnos de ella.
—El mes de mayo del año pasado, recibimos una orden de busca y captura de un supuesto imán terrorista sirio llamado Ihab El-Taweel. Un hombre de cuarenta años que salió de la ciudad de Al Hamrak, en su Siria natal, hace siete años, cuando estalló allí la guerra civil. Cruzó la frontera de Turquía y consiguió escapar de un campo de refugiados donde sobrevivió a una epidemia de cólera que se llevó a doscientas cincuenta personas en un mes. Llegó a Alemania y convenció a un viejo muecín de Colonia para que lo aceptara como ayudante en la mezquita. Aunque había fracasado siempre que intentó acceder a las escuelas islámicas, todo el mundo creyó que era imán y, desde el almimbar, durante los sermones de los viernes, se puso a escupir toda la rabia, el rencor y el odio que había ido acumulando a lo largo de su vida contra los occidentales explotadores, asesinos de musulmanes y poseedores de todo aquello que él querría poseer. Allí fueron a su encuentro y lo trasladaron a Bruselas, porque «lo necesitaban en el barrio de Molenbeeck». Lo convirtieron en una especie de consultor o asesor en la sombra; y, en noviembre del 2015, cuando llegaron los guerreros del comando que tenían que actuar en Francia enCharlie Hebdo y la discoteca Bataclan, él fue el encargado de adoctrinarlos, apoyarlos y animarlos durante los días previos. Rezaron juntos, rieron juntos, lloraron juntos y se abrazaron cuando partieron a la batalla.
»Un agente de paisano de Seguridad Ciudadana aseguró que había visto a El-Taweel reunido con unos iraquíes del barrio del Raval, los hermanos Shaddad, que tienen la tienda de Reparaciones del Hogar. Esto fue el mismo mes de mayo. A las órdenes de la magistrada Ana de Villalonga, de la Audiencia Nacional, iniciamos una operación llamada Diógenes para neutralizar a ese imán.
—¿Diógenes? ¿El síndrome de Diógenes no es ese que consiste en recoger toda la mierda que se encuentra por la calle?
—Pero no es por eso. Diógenes fue un filósofo griego que decía que buscaba un hombre. Nosotros también buscábamos a un hombre.
—Está bien. Cada vez alucino más con los nombres que ponemos a las operaciones. Acaba de explicarme cómo llevabais eso de la Operación Diógenes.
* * *
El chico de la carnicería que lleva gorra de rapero sobre una mata esférica de rizos empuja la carretilla vertical con las dos cajas llenas de víveres calle arriba, hacia el Bloque Nuevo. No está lejos. Solo tiene que llegar a la esquina y cruzar la calle hacia la plaza ancha, dura y soleada donde juega a petanca un grupo de viejos argelinos.
El Bloque Nuevo tiene un videoportero que funciona perfectamente, lo que da una idea de la clase de gente que vive en él. Los niños traviesos del barrio no se han atrevido a romperlo, ni quemarlo, ni invalidarlo de ninguna manera; y, si se han atrevido, los inquilinos inmediatamente han podido pagar una derrama para repararlo. Otro distintivo de la gente que lo habita es que el vestíbulo reluce de tan limpio, que hay una planta de interior que parece de verdad y un ascensor en perfecto funcionamiento.
Omar llama por el videoportero y, cuando Pilarín contesta, se da a conocer con tono monótono: «Carnicería». La puerta se abre y él entra en el edificio. El ascensor lo espera. Se mete en él con carretilla y cajas. Hasta el tercer piso.
Sale del ascensor al rellano. Llama a la puerta marcada con un dos.
Abre Pilarín. No lleva gafas y tiene una actitud distinta a la que le conocen en la tienda. Más relajada y dinámica. Mira directamente a los ojos.
—Pasa, pasa.
El piso es un habitáculo desolador, frío como un glaciar, porque hace muchos días que no ha sido habitado. Pilarín ha conectado la calefacción, pero no ha pasado el tiempo suficiente como para que se caldee el ambiente. Aún lleva puesta la chaqueta de los botones enormes como ruedas de carro.
Omar ya conoce el camino. Solo hay los muebles que algún rácano consideró imprescindibles. Un sofá transformable en cama, una mesa de comedor con cuatro sillas, una cama en el dormitorio y nada más. No hay cuadros en las pare