: Harry Houdini
: Cómo hacer bien el mal
: CAPITÁN SWING LIBROS
: 9788494969386
: ESPECIALES
: 1
: CHF 7.10
:
: Biographien, Autobiographien
: Spanish
: 264
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Publicado por primera vez en 1906, Cómo hacer bien el mal es una clase magistral sobre la subversión impartida por uno de los personajes más reconocidos y misteriosos del siglo XX. En la obra, Houdini recoge, a partir de entrevistas a delincuentes y agentes de policía, sus hallazgos en lo referente a los métodos más infalibles para cometer un crimen y salir airoso del asunto. Este volumen ofrece lo mejor de esos escritos junto con otros artículos menos conocidos del artista sobre su personal método de engaño: la magia. Al revelar los secretos de sus trucos estrella -incluidos los escapes de esposas y ataduras- y echar por tierra los métodos de sus rivales, demuestra ser un escritor tan inteligente y astuto como lo era en tanto ilusionista, además de sorprendentemente generoso con los secretos de la profesión. Todo ello convierte a ésta selección única de ensayos en una auténtica guía anti-protocolaria e indecente, y a la par una demostración de que las cosas no son siempre lo que parecen. En un exclusivo prólogo a este volumen, Teller -mago, cómico y mudo asistente de Penn Jillette- eleva la voz para hablar del más grande ilusionista de la era moderna: Harry Houdini.

Harry Houdini. Budapest, 1874 - Detroit, 1926 Para ayudar en el sustento de su familia, Houdini se subió por primera vez a un escenario a los nueve años actuando como trapecista. Después de trasladarse a Nueva York, a los doce años empezó a interesarse por la magia, pero su gran oportunidad llegó en 1899, cuando se le ofreció un contrato para actuar en los mejores escenarios de vodevil de Estados Unidos. Houdini, por entonces ya conocido como el 'Rey de las Esposas', viajó por toda Europa durante cinco años, y a su regreso a EE.UU. comenzó a ejecutar los desafiantes y peligrosos retos que lo convertirían en uno de los hombres más famosos del mundo, y también en una de las más populares estrellas del cine incipiente. Publicó The Right Way to Do Wrong en 1906 y fue editor de la revista Conjurer's Monthly Magazine (1906-1907). Su célebre consagración a desenmascarar espiritistas, le llevo a mantener una intensa polémica pública con Arthur Conan Doyle, gran defensor y creyente de estas prácticas. En 1926, tras una actuación, un admirador que había pasado a visitarle al camerino golpeó a un desprevenido Houdini en el estómago para poner a prueba su famoso control muscular. El golpe le rompió el apéndice, y tras sufrir una peritonitis, murió a los 52 años.

El enigma de Houdini[2]


Arthur Conan Doyle

¿Quién fue el mayor azote de los médiums de los tiempos modernos? Houdini, sin ninguna duda.

¿Quién fue el mayor médium físico de los tiempos modernos? Hay quien se inclinaría por dar la misma respuesta. No sé cómo se podrá demostrar ahora de una vez y para siempre, pero las pruebas circunstanciales pueden ser muy sólidas, como dijo Thoreau al encontrar una trucha en la jarra de leche. Preveo que el asunto será motivo de debate en los próximos años, de manera que mi opinión, dado que lo conocí bien, y siempre tuve en mente esta posibilidad, puede resultar de interés. Si hubiera otros que sumaran su experiencia para apoyar o rebatir mis conjeturas, a la larga quizá se pueda obtener algún resultado.

Expondré, en primer lugar, algunas de mis impresiones personales sobre Houdini. A continuación haré hincapié en algunas fases de su carrera que demuestran su carácter singular; acto seguido, razonaré sobre la fuente de sus poderes únicos.

En primer lugar diré que en una larga vida que ha tocado todos los aspectos de la humanidad, Houdini es, con mucho, el personaje más curioso y enigmático con el que me he encontrado. He conocido hombres mejores, y, sin duda, mucho peores, pero jamás he conocido a un hombre de una naturaleza dotada de tan extraños contrastes, y cuyos actos y motivaciones fuesen más difíciles de prever o conciliar.

En primer lugar, y tal como corresponde, haré hincapié en el gran bien que había en su naturaleza. Poseía en grado sumo la cualidad masculina esencial de la valentía. Nadie ha hecho y, tal vez, no haya posibilidad humana de que nadie haga jamás, proezas tan temerarias. Toda su vida fue una larga sucesión de tales proezas, y cuando digo que entre ellas se contaba el saltar de un aeroplano a otro, con las manos esposadas, a una altura de tres mil pies, podemos hacernos una idea de hasta qué extremos era capaz de llegar. Sin embargo, en esto, como en muchas otras cosas referidas a él, había cierto elemento psíquico que él estaba dispuesto a reconocer abiertamente. Me refirió que una voz completamente independiente de su propia razón o juicio le dictaba qué hacer y cómo hacerlo. Mientras obedeciera a esa voz su seguridad quedaba garantizada. «Es tan sencillo como saltar de lo alto de una viga —me dijo—, pero debo esperar esa voz. Esperas antes del salto y te tragas la cobardía que todo hombre lleva dentro. Y cuando por fin oyes la voz, te lanzas. En cierta ocasión salté por propio impulso y casi me parto la crisma.»

Fue lo más parecido a una confesión que logré conseguir de él y que corrobora que yo tenía razón al pensar que en todas y cada una de sus proezas había un elemento psíquico esencial.

Además de su asombrosa valentía, en la vida diaria destacaba por su jovial cortesía. No cabía desear mejor compañía que la suya, siempre y cuando se estuviera presente, pues en cuanto se ausentaba uno, era capaz de hacer y decir las cosas más inesperadas. Como la mayoría de los judíos, era admirable en sus relaciones familiares. El amor que le profesaba a su difunta madre parecía la pasión rectora de su vida, y lo expresaba en todo tipo de ocasiones públicas de un modo que era, no me cabe duda, sincero, pero que a nuestra sangre occidental, que es más fría, resulta extraño. Había en Houdini muchos aspectos tan orientales como en nuestro propio Disraeli. Se sentía también muy unido a su esposa, y con motivo, porque ella estaba igualmente unida a él, pero una vez más su intimidad se manifestaba de formas poco convencionales. En el curso de su comparecencia en el Comité del Senado, ante el acoso de un defensor del espiritismo que ponía en duda las intenciones de su violenta y vengativa campaña contra los médiums, por toda respuesta se volvió hacia su esposa y comentó:

—Siempre he sido un buen muchacho, ¿no es así?

Otro aspecto favorable de su carácter era la caridad. He oído decir, y estoy más que dispuesto a creerlo, que era el último refugio de los indigentes, sobre todo si pertenecían a su propia profesión de empresario del espectáculo. Esa caridad persistía más allá de la tumba, y si llegaba a enterarse de algún viejo mago cuya lápida necesitaba reparación, de inmediato tomaba cartas en el asunto y la mandaba arreglar. Willie Davenport en Australia, Bosco en Alemania, y muchos otros de su profesión fueron los destinatarios de sus píos oficios. Todo lo que hacía lo hacía a gran escala. Contaba con muchos pensionados a los que no conocía de vista. Un hombre lo abrazó en la calle, y cuando Houdini le preguntó airado quién demonios era, le contestó: «Vaya, soy el hombre cuyo alquiler ll