: Andreu Martín
: El Harén del Tibidabo
: Editorial Alrevés
: 9788417077297
: 1
: CHF 5.30
:
: Krimis, Thriller, Spionage
: Spanish
: 306
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En la avenida del Tibidabo, por donde circula el viejo Tramvia Blau entre imponentes mansiones modernistas, se encuentra el Harén, un exclusivo prostíbulo, muy popular ya en tiempos del franquismo: el más lujoso de la ciudad, con puertas doradas, cámaras de vigilancia, vitrales de colores, cortinajes y tapices, y repleto de refugios, con salas clandestinas y pasadizos secretos. Tan secretos como los misterios que esconden también muchos de sus protagonistas. Y es que Mili Santamarta, histriónico personaje y único heredero de la saga familiar y regente del club, recibe la terrible noticia del hallazgo del cuerpo de su madre, asesinada con dos tiros en la nuca. Junto a Sancha, su madre adoptiva y mano derecha del burdel -y también traumatizada por la muerte de su hijo años atrás-, emprenden un largo camino para aclarar los hechos y encontrar una verdad que, al final, supondrá una caja de sorpresas, con desaparecidos, traficantes de mujeres, listas inesperadas, sectas satánicas, rituales de vudú, clubes sadomasoquistas... y muchos muertos. Con esta novela, la voz imperecedera de Andreu Martín vuelve con una dura historia, violenta, pero con buenas dosis de ironía y humor, con giros constantes que inyectan un ritmo vertiginoso en el que apenas queda espacio para la pausa, y ahí el lector se convierte casi en un personaje más dentro de una trama donde cada detalle cuenta.

Andreu Martín (Barcelona, 1949) es escritor especializado en novela negra y policíaca desde que en 1979 publicó Aprende y calla. En 1980 recibió el premio Círculo del Crimen por Prótesis. Posteriormente, ha escrito numerosas obras del género que han sido galardonadas, como Si es o no es (con el Deutsche Krimi Preis International a la mejor novela policíaca publicada en Alemania), Barcelona connection y El hombre de la navaja (las dos con premios Hammett concedidos por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos), Bellísimas personas (que, además del Hammett, también obtuvo el premio Ateneo de Sevilla) o De todo corazón (premio Alfonsel Magnànim). Además, ha recibido el prestigioso premio Pepe Carvalho, en el festival BCNegra, que galardona toda una trayectoria -con ya más de un centenar de novelas-. Ha escrito también género erótico y novela infantil, donde, juntamente con Jaume Ribera, ha creado el personaje de Flanagan, cuya primera novela, No pidas sardinas fuera de temporada, recibió el Premio Nacional de Literatura Juvenil.

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El Harén y el Edén


Ay, por favor, vosotros decid lo que queráis, pero anda que no es difícil empezar a escribir una novela. Tenía la idea de abrir el relato cuando yo estaba hablando con un posible cliente ruboroso y calvo y Sancha golpeó la puerta con los nudillos para avisarme de que venía a verme la policía, qué horror. Pero entonces piensas que antes deberás situar al lector para que sepa dónde estábamos, de dónde veníamos, adónde íbamos, y se te ocurre que, si esto fuera una película, empezaría con un coche de la policía subiendo Balmes arriba, en dirección al Harén.

Un coche de policía, de los Mossos, con sus lucecitas azules en el techo y aquellas letras y distintivos por todas partes, para que quedara bien claro que eran policías.

La calle Balmes es una vía muy importante de Barcelona, que une el centro centrísimo de Pelayo y plaza de Catalunya con la zona alta de la ciudad. Desemboca en la plaza de John F. Kennedy, donde está la prestigiosa Universidad Ramon Llull rodeada por los jardines novecentistas de la Tamarita y de donde arranca la amplia avenida del Tibidabo, por donde circula el viejo Tranvía Azul, tan querido por los turistas. A un lado y a otro, mansiones modernistas espectaculares, como La Rotonda, de Ruiz y Casamitjana, que fue sucesivamente restaurante, hotel, manicomio y ruina vergonzosa. Se pueden contemplar obras de arquitectos como Puig i Cadafalch, Rubió i Bellver o Enric Sagnier, que han servido de residencia a personalidades como el compositor Enric Granados, o el famoso doctor Andreu, el de las pastillas para la tos, que fue el creador de esta urbanización selecta y elitista.

En el número 15, durante la guerra, estuvo ubicada la embajada de la Unión Soviética, de la que dicen que todavía se conserva un siniestro bunker subterráneo.

Es un edificio neogótico, modernista y de un romántico enloquecido, con muros de roca, ventanas ojivales, vitrales de catedral, almenas y gárgolas terroríficas. Perteneció al marqués de Maimó, como lo demuestra el escudo heráldico que hay tallado en piedra sobre la majestuosa puerta principal: tres estrellas de oro en triángulo y bordura de ocho piezas de oro con el lema «Hic et Nunc». Y ahora ya me parece que me estoy enrollando demasiado porque, os recuerdo que solo quería empezarin medias res cuando estaba hablando con el cliente calvo y ruboroso, pero una vez te has liado ya no hay manera de parar.

O sea que en ese caserón siniestro vivía, antes de la guerra civil, el marqués de Maimó con su mujer, su suegra y sus hijas. Cuando los anarquistas se hicieron con el poder e iniciaron la revolución, la familia Maimó tuvo que huir a Francia, el edificio quedó confiscado y allí se instaló con todo lujo la embajada soviética. En el 39, Franco ganó la guerra, entre otras cosas gracias a las armas que pudo comprar con el dinero del marqués de Maimó, y este pudo regresar a su casa. Pero no lo hizo acompañado de su familia. Llegó sin mujer, sin hijas ni suegra, que por lo visto se habían perdido por el camino, nadie sabe cómo. Iban con él dos mujeres de cierta edad que respondían a los nombres de Dulce y Bombón. Con ellas, el palacio quiso convertirse en una casa de tolerancia como las que existían antes de la guerra, con pianista fijo y tertulia de artistas e intelectuales, y casi lo consiguió con el apoyo de las autoridades de la época, que siempre eran muy bien recibidas. Lo llamaron el Harén y se hizo muy popular en los primeros tiempos del franquismo, cuando la iglesia todavía era bastante tolerante con los gustos cuarteleros de los vencedores.

Mi madre me contaba que la abuela Remei, que se sabe que murió de excesos, era hija de una de las dos, de Dulce o de Bombón, no se sabe muy bien de cuál de ellas, que heredaron el Harén cuando murió el marqués de Maimó.

Hoy, en las cocheras, que ocupaban la parte baja, se encuentra el restaurante Dulzón (contracción de Dulce y Bombón), y ya oigo a más de uno que exclama «¡Ah, sí, ahora ya sé donde está!». Bueno, pues fue allí, aquí, precisamente aquí, donde se detuvo el coche de la policía del que os hablaba.

Y dos agentes, de uniforme para dejar claro que eran policías, donde tendría que haber un puente levadizo encontraron una minúscula verja que les dio acceso a un jardín donde apenas habría cabido un bosque de bonsáis. Avanzaron por el caminito de grava, subieron los tres escalones que les separaban de la imponente puerta de teca repujada y decorada con aldaba de bronce. Pulsaron el botón del videoportero.

—Quién es? —la voz insípida de Sancha.

—Policía. Mossos d’Esquadra.

Se abrió el portillo inscrito en el portal de arco de medio punto. Accediero