: Juan Bas
: El refugio de los canallas
: Editorial Alrevés
: 9788417077129
: 1
: CHF 5.30
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 268
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El refugio de los canallas es la novela de madurez del veterano escritor y columnista de prensa bilbaíno Juan Bas. Mediante una conseguida estructura y un ritmo narrativo rápido, la novela salta en el tiempo constantemente, adelante y atrás, entre 1946 y 2015, para dar vida y muerte a una pluralidad de personajes contrapuestos y tocados por una gratuita tragedia. El refugio de los canallas trata con fuerza el tema shakespeariano del odio irresponsable que unos padres infundieron en sus hijos hasta causar la destrucción de todos ellos. Del sinsentido y la estupidez cruel, despiadada, autista y endogámica que fue la larga lacra de ETA, así como de la existencia de un GAL esencial y terrible con una bajeza moral comparable a la de la banda. Y trata en definitiva de la razón de Estado cuando transita por secretas cloacas; y del patriotismo, que a veces es el último refugio de los canallas y otras, el primero. 'Juan Bas ha compuesto con notas crudas y buena escritura una compleja polifonía de víctimas que ayer fueron verdugos, de verdugos que más tarde serán víctimas o que ya los son aunque acaso no lo sepan.'  Fernando Aramburu, autor de Patria

Juan Bas (Bilbao, 1959). Fue guionista de radionovelas de humor, cómic (El Víbora, Cimoc...) y numerosas series de televisión ('Farmacia de guardia','Turno de oficio'...). Ha publicado, entre otros libros, los volúmenes de relatos Páginas ocultas de la historia (1999), escrito con Fernando Marías, y La taberna de los 3 monosy otros cuentos alrededor del póquer (2000). Las novelas El oro de los carlistas (2001), Alacranes en su tinta (2002), La cuenta atrás (2004), Voracidad (2006), Premio Euskadi de Literatura 2007, y Ostras para Dimitri (2012). Es autor también de los inclasificables Tratado sobre la resaca (2003) y La resaca del amor (2009). Y de la compilación de artículos de prensa El número de tontos (2007). Ha sido traducido al francés, alemán, italiano, ruso, búlgaro, noruego y euskera. Es columnista de opinión en el diario El Correo y otros periódicos de Vocento. Dirige desde 2010 el Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor Ja! Bilbao.

(2010)


Dos ancianas se sientan al atardecer en un banco de un jardín público de Bilbao. No son familiares ni amigas, la causa de su relación es un hecho del pasado que marca todavía el presente: la hija de una de ellas mató de un tiro al hijo de la otra hace casi treinta años.

Es primavera, un día de labor del mes de mayo. «Ha quedado buena tarde.» La madre de la asesina se llama Margarita Mendieta Valdelomar. Le da la merienda a la otra mujer, «como todos los días», una tarea que requiere paciencia y que lleva a cabo en un banco de la plaza Jardines de Albia, «si hace buen tiempo», o en la residencia para ancianos enajenados o con discapacitación física donde vive María Teresa Altamira Pontes, la madre del asesinado, «si hace malo».

Margarita trae siempre un yogur natural, en el que mezcla trozos de fruta de temporada, y dos pasteles de arroz que compra en una pastelería de la cercana Gran Vía. «De Arrese, que son de confianza. Los mejores de Bilbao, de toda la vida.» Primero le hace tomar el yogur, con cuidado de que en cada cucharada vaya un trozo de fruta. Es lo que más esfuerzo le cuesta; María Teresa protesta y retira la boca de la cucharilla con frecuencia. «Señor, qué paciencia hay que tener con esta pobre mujer. Como con un niño pequeño.» Luego, con los pasteles de arroz es más fácil.

—Lo que tienes tú es mucha cara. Lo que te gusta, bien que te lo comes seguido.

Margarita también le da el pastel a la boca, en porciones con corteza de hojaldre. Lo trocea hasta que solo queda la parte central, difícil de dividir por cremosa, que le da a la mano para que se la coma ella sola, aunque suela mancharse al hacerlo. Cada anciana termina por comer un pastel entero, medio de cada uno, ya que Margarita le da un trozo a María Teresa y el siguiente se lo come ella.

Desde el banco en el que están sentadas se ven dos banderas de un tamaño descomunal separadas por menos de cien metros. Una, la española, pende de un mástil situado en la fachada del palacete de la Comandancia de Marina. La otra, una ikurriña, preside la entrada de Sabin Etxea, la sede del Partido Nacionalista Vasco. Una de esas tardes, Margarita oyó decir a un hombre con acento andaluz que pasaba por delante de su banco «con disfraz de turista», refiriéndose a las banderas:

—¡Hala! A ver quién la tiene más grande.

«Qué vulgaridad. A juego con la pinta.» A Margarita siempre le ha desagradado lo que considera procaz desde su puritanismo, con un criterio muy estricto, pero en ese caso no pudo evitar que el comentario le hiciera una pizca de gracia a pesar de que carece de sentido del humor y quienes lo utilizan le resulten faltos de seriedad, «de tener muy poco fuste».

Ambas mujeres son viudas, aunque se quedaron sin marido con mucha diferencia de tiempo. El de María Teresa murió de enfermedad hace tres años, los mismos que Margarita se ocupa de ella. El hijo superviviente de María Teresa, «el que prosperó en la vida es un egoísta y un mal hijo», ingresó entonces a su madre en la cara residencia, cuando el mal de Alzheimer ya había acelerado el avance que no cesa y el fallecimiento del padre la dejaba sin enfermero y desvalida para vivir sola. Al marido de María Teresa lo mató cuidar a su mujer. Convivir con la enferma lo agotó psíquicamente y le hizo la vida insoportable. El marido no pudo más. Cayó en una depresión que somatizó en una pancreatitis fulminante.

—¿Qué tal está Maritere?

—Maritere eres tú, cabeza de chorlito. Tú te llamas María Teresa Altamira. Y estás unos días bien y otros mejor. Como una rosa.

La hija de Margarita, la asesina, es Margarita Pérez Mendieta, más conocida comoItxaso1 y sobre todola Pantera. En 1981 era uno de los miembros de ETA con más delitos de sangre y más buscado por la policía española y bastante menos por la francesa. «Si hubiera seguido, habría matado más tiempo o me la habrían matado a ella.» Fue en ese año cuando le metió una bala en la cabeza al hijo de María Teresa Altamira, que era un número de la Guardia Civil que servía en una casa cuartel situada cerca de Vitoria y tenía veintitrés años.

El alzhéimer juega con asiduidad un cruel engaño a la mente presa del olvido de María Teresa: la ilusión de que a su hijo acaban de matarlo y se ha enterado en ese momento. Así le sucede de nuevo esta t