Capítulo 1
Una chica nunca olvida su primer gran amor. Alto y de cabellos dorados, con ojos color marrón oscuro y orejas que apuntaban hacia adelante cada vez que yo entraba en el establo… durante casi una década no tuve interés en ningún varón, aparte de Harvey. ¿Por qué debería tenerlo, cuando al final de cada día, él esperaba pacientemente en la puerta por mi regreso? Él escucharía sin juzgar mientras contaba mis infortunios; y luego me llevaría a la libertad más allá de las puertas del establo.
Cuando ella lo mató, esaperra que se hace llamar a mi madre, lloré durante semanas, y luego escapé. ¡Oh!, ¡claro!, ella me echó a la policía e hizo que me arrastraran de vuelta desde el aeropuerto, pero me vengué. ¡Sí que lo hice! El día que cumplí dieciocho, me fui de la casa y llamé a papá para decirle que le quitara la Manutención. Fue un castigo apropiado, verla perder la casa, porque ella sacrificó a mi caballo para vengarse de él por haberla dejado.
¿Tal vez fue karma que ahora yo estuviera perdiendo mi propia casa?
Contuve una lágrima mientras mi ‘segundo gran amor’ me ayudaba a sacar lo último de mis pertenencias del apartamento que habíamos compartido durante los últimos tres años. Él gruñó como si llevara algo pesado mientras cargaba la bolsa de basura verde con mi almohada apretada contra su larguirucha figura. Lancé mi propia pesada caja de cartón llena de libros de texto al asiento trasero de mi Ford Falcon 2007 rojo, y me aparté para que él pudiera meter las cosas en una cavidad entre las cajas.
—Eso es todo lo que trajiste a la relación —hablaba en un tono monótono—. El resto de las cosas son mías.
De cabello castaño y ojos marrones, con una figura alta, delgada, típico de un estudiante de finanzas, Gregory Schluter parecía torpe en una camisa de vestir a rayas blanca arrugada, con las mangas enrolladas para ayudarme a sacar mis cosas de nuestro apartamento. “Tal para cual” nos decía todo el mundo durante los cuatro años en la Universidad de Queensland, aunque mi cabello era largo y tenía los ojos negros de una abuela gitana. Los mocasinesBarren marrones de Gregory apuntaban hacia la puerta, como si en cualquier momento pudiera asustarse y volver de nuevo a la seguridad de nuestro antiguo apartamento.
—Cierto, esto es mío— le dije, con mis ojos oscuros clavados en los suyos—. ¡Y ahora te vas a librar de mí!
Gregory se deslizó hacia atrás mientras yo cerraba fuertemente la puerta del coche, como si temiera que le echara una maldición o conjuro o algo hacia su cabeza.
—No lo digas así, Rosie. —La voz de Gregory trinó con culpa—. Lo haces sonar como si estuviera tirándote a la basura.
—¿No es así? —Mi voz se volvió dura de amargura.
—Somos diferentes, eso es todo—, dijo Gregory. —Nunca hemos tenido mucho en común.
Apreté la mandíbula, negándome a dejarme atrapar por otra discusión para que él me culpara a mí de la muerte de nuestra relación. Nos habíamos conocido como estudiantes de primer año, nos mudamos a un apartamento fuera d