: Emily Brontë
: Cumbres borrascosas Biblioteca de Grandes Escritores
: IberiaLiteratura
: 9783959280327
: Biblioteca de Grandes Escritores
: 1
: CHF 0.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 586
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Ebook con un sumario dinámico y detallado: Para otros usos de este término, véase Cumbres borrascosas. Cumbres Borrascosas -Wuthering Heights - es la única novela de Emily Brontë. Fue publicada por primera vez en 1847 bajo el seudónimo de Ellis Bell. Su hermana Charlotte editó una segunda edición póstuma. Aunque ahora se considera un clásico de la literatura inglesa, el recibimiento inicial de Cumbres Borrascosas fue tibio en el mejor de los casos. Su estructura innovadora, que se suele comparar con un conjunto de muñecas de Matryoshka, desconcertó a los críticos cuando apareció. Algunos críticos contemporáneos a la autora incluso pensaron que éste era un trabajo anterior, menos maduro, de Charlotte Brontë (que había publicado Jane Eyre ese mismo año bajo el seudónimo de Currer Bell). Las críticas posteriores revisaron esta visión, y coincidieron en que la originalidad de Cumbres Borrascosas excedió a la de los trabajos de sus hermanas Charlotte y Anne. Cumbres Borrascosas ha dado lugar a muchas adaptaciones, incluyendo varias películas, dramatizaciones radiofónicas y televisivas, un musical, Telenovelas y una de las cancionesor entre Catherine Earnshaw y su hermano adoptivo Heathcliff.

CAPÍTULO III


Cuando la sirvienta me precedía por las escaleras, me aconsejó que tapase la bujía y procurase no hacer ruido, porque su amo tenía ideas extrañas acerca del cuarto donde ella iba a instalarme, y no le agradaba que nadie durmiese en él. Le pregunté los motivos, pero me contestó que sólo llevaba en la casa dos años, y que había visto tantas cosas raras, que ya no le quedaban ganas de curiosidades.
En lo que me concernía, la estupefacción no me dejaba lugar a la curiosidad. Cerré, pues, la puerta y busqué el lecho. Los muebles se reducían a una percha, una silla y una enorme caja de roble, con aberturas laterales a manera de ventanillas. Me aproximé a tan extraño mueble, y me cercioré de que se trataba de una especie de lecho antiguo, sin duda destinado a suplir la falta de una habitación separada para cada miembro de la familia. Formaba de por sí una pequeña habitación, y el alféizar de la ventana, contra cuya pared estaba arrimado el lecho, hacía las veces de mesilla.
Hice correr una de las tablas laterales, entré llevando la luz, cerré y sentí la impresión de que me hallaba a cubierto de la vigilancia de Heathcliff o de otro cualquiera de los habitantes de la casa.
Deposité la bujía en el alféizar de la ventana. Había allí, en un ángulo, varios libros polvorientos, y la pared estaba cubierta de escritos que habían sido trazados raspando la pintura. Aquellos escritos se reducían a un nombre: «Catalina Earnshaw», repetido una vez y otra en letras de toda clase de tamaños. Pero el apellido variaba a veces, y en vez de «Catalina Earnshaw», se leía en algunos sitios «Catalina Heathcliff» o «Catalina Linton».
Sintiéndome muy cansado, apoyé la cabeza contra la ventana y empecé a murmurar: «Catalina Earnshaw, Heathcliff, Linton...» Los ojos se me cerraron, y antes de cinco minutos creí ver alzarse en la oscuridad una multitud de letras blancas, como lívidos espectros. El aire parecía lleno de «Catalinas». Me incorporé, esperando alejar así aquel nombre que acudía a mi cerebro como un intruso, y entonces vi que el pabilo de la bujía había caído sobre uno de los viejos libros, cuya cubierta empezaba a chamuscarse saturando el ambiente de un fuerte olor a piel de becerro quemada. Me apresuré a apagarlo, y me senté. Sentía frío y un ligero mareo. Cogí el tomo chamuscado por la vela y lo hojeé. Era una vieja Biblia, que olía a apolillado, y sobre una de cuyas hojas, que estaba suelta, leí: «Este libro es de Catalina Earnshaw» y una fecha de veinticinco años atrás. Cerré el volumen, y cogí otro y luego varios más. La biblioteca de Catalina era escogida, y lo estropeados que estaban los tomos demostraba que habían sido muy usados, aunque no siempre para los fines propios de un libro. Los márgenes blancos de cada hoja estaban cubiertos de comentarios manuscritos, algunos de los cuales constituían sentencias aisladas. Otros eran, al parecer, retazos de un diario ma