II
El general Epanchin vivía en una casa propia cerca de la Litinaya, junto a la Transfiguración. Además de ser dueño de aquel magnífico edificio, cuyas cinco sextas partes alquilaba, el general obtenía una buena renta de otra casa, muy vasta también, que poseía en la Sadowaya. Era igualmente propietario de una fábrica en el distrito de San Petersburgo y de una finca que producía considerables ingresos, situada a poca distancia de la capital. Como todos sabían, el general, antes, había estado interesado en los arrendamientos públicos y a la sazón era un fuerte e influyente accionista en varias poderosas sociedades comanditarias. Gozaba reputación de hombre muy rico, muy ocupado y muy bien relacionado. Tenía el arte de saber hacerse necesario en donde le convenía, como, por ejemplo, en su departamento gubernamental. Nadie, sin embargo, ignoraba que Iván Federovich Epanchin no había recibido educación alguna, ya que su padre fue mero soldado raso. Sin duda este último hecho no podía sino honrarle, comparándolo con la posición social alcanzada, pero el general, aunque hombre inteligente, no se eximía de ciertas debilidades, y le disgustaba, en consecuencia, que se aludiese a sus orígenes. En todo caso, era talentoso y capaz. Se atenía, verbigracia, al principio de no hacerse evidente nunca allí donde convenía difumarse y, a los ojos de mucha gente, uno de sus principales méritos consistía en su falta de pretensiones y en saber no salirse de su lugar. ¿Qué hubieran dicho los que le juzgaban así de haber leído sus sentimientos reales en el fondo de su alma? El hecho era que, uniendo a una gran experiencia de la vida varias notabilísimas facultades, Iván Fedorovich fingía obrar, más que en virtud de sus inspiraciones personales, como ejecutor del pensamiento de los demás, a fin de parecer un hombre «desinteresadamente consagrado al servicio» y de ganar fama, de acuerdo con el sentir de la época, de ser un auténtico ruso. Cierto que circulaban al propósito algunas anécdotas divertidas, pero el general no se desconcertaba nunca por semejante causa. Además, era afortunado en todo, incluso en el juego. A