: Luigi Pirandello
: Mundo de papel Cuentos para un año (II)
: Nórdica Libros
: 9788416440306
: 1
: CHF 8.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 800
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Publicamos por primera vez en España todos los cuentos que escribió Luigi Pirandello, Premio Nobel de Literatura 1934. Son la parte menos conocida de su producción literaria, pero es la que él más amaba y en la que trabajó desde su adolescencia hasta el final de su vida. Es en los relatos donde Pirandello se muestra más natural e imaginativo y contienen la clave de su gran capacidad para crear personajes. Por la diversidad de temas, estilos y estructuras estos cuentos suponen un fresco, lleno de humor y ternura, de la Italia de la época -especialmente de su Sicilia natal-, que nos hace entender la cultura y la sociedad de aquel país, a la vez que representa la condición humana. Pirandello escribía en una carta a su hermana: 'Yo vivo por la alegría de ver narrar la vida desde mis páginas, extrayéndola de mi cuerpo, de mi sangre, de mi carne, de mi cerebro. Es un trabajo constante de destrucción para crear'. Se había propuesto escribir 365 cuentos; fueron algunos menos porque una pulmonía se lo llevó de este mundo, como si fuese uno de los personajes de sus relatos.

Luigi Pirandello (Agrigento, Sicilia, 1867 - Roma, 1936) Novelista y dramaturgo italiano. Describe con humor las contradicciones a las que está siempre expuesto el ser humano aunque se trate siempre de un humor cómico-trágico. En los límites entre realidad y ficción, el centro de la prosa pirandelliana es siempre el individuo perdido en el mundo absurdo y gris de la existencia cotidiana. En su novela más emblemática, El difunto Matías Pascal (1904), se encuentran las claves de su obra dramática, que le llevarían años más tarde a conseguir el Premio Nobel de Literatura. Con la representación, en 1917, de la pieza teatral Así es si así os parece, se decantó claramente por el género dramático, en el cual creó escuela por su peculiar construcción de la pieza teatral, sus recursos escénicos y la complejidad de sus personajes.

LA HEREJÍA CÁTARA

Bernardino Lamis, profesor titular de historia de las religiones, entornando los ojos doloridos y, como solía hacer en las ocasiones más graves, cogiéndose la cabeza huesuda entre las delgadas manos temblorosas que parecían tener en las puntas, en lugar de uñas, cinco rosáceas y brillantes conchas, anunció a los dos únicos estudiantes que seguían su asignatura con fidelidad tenaz:

—Señores, en la siguiente clase hablaremos de la herejía cátara.

Uno de los dos estudiantes, Ciotta —joven moreno de Guarcino, rudo, sólido— rechinó los dientes con gran alegría y se frotó violentamente las manos. El otro, el pálido Vannìcoli, con el pelo rubio, híspido como hilos de rastrojos, y el aspecto abatido, en cambio, extendió los labios, la mirada de sus ojos claros y lánguidos se volvió más dolida que nunca y se quedó con la nariz estirada, como husmeando algún olor desagradable, mostrando que entendía la pena que, ciertamente, tenía que suponerle al venerado maestro la exposición de aquel tema, después de lo que le había dicho en privado. (Porque Vannìcoli creía que el profesor Lamis, cuando él y Ciotta, después de la clase, lo acompañaban durante un largo trecho de camino hacia su casa, se dirigía únicamente a él, que era el único capaz de entenderlo).

Y de hecho Vannìcoli sabía que unos seis meses atrás había salido en Alemania (Halle a. S.)1 una mastodóntica monografía de Hans von Grobler sobre la herejía cátara, que la crítica había elevado al séptimo cielo, y que sobre el mismo argumento, tres años antes, Bernardino Lamis había escrito dos poderosos volúmenes, que von Grobler demostraba no haber tenido en cuenta, excepto una vez, de pasada, cuando los había citado en una breve nota: para hablar mal de ellos.

Ese hecho había herido el corazón de Bernardino Lamis, quien había sufrido aún más y se había indignado por la actitud de la crítica italiana que, elogiando también con los ojos cerrados el texto alemán, había ignorado absolutamente los dos volúmenes anteriores que él había escrito, y no había gastado ni una palabra en subrayar el indigno tratamiento que el escritor alemán había reservado a un escritor nacional. Había esperado durante más de dos meses que alguien, al menos entre sus antiguos alumnos, se movilizara para defenderlo; luego, aunque —según su modo de ver— no le parecía correcto, se había defendido por sí mismo, anotando en una larga y minuciosa reseña, aderezada con fina ironía, todos los errores más o menos bastos que von Grobler había cometido, todas las partes de su propia obra de las cuales el alemán se había apropiado sin citarlo; y finalmente había reafirmado sus opiniones personales con nuevos e incontestables argumentos, contra los argumentos del historiador alemán con los que estaba en desacuerdo.

Pero esta autodefensa, por ser demasiado larga y por el escaso interés que podía despertar entre la mayoría de los lectores, había sido rechazada por dos revistas; una tercera la examinaba desde hacía más de un mes y quién sabe durante cuánto tiempo aún lo haría, a juzgar por la respuesta nada cortés que Lamis, ante un apremio suyo, había recibido del director.

De modo que aquel día Bernardino Lamis tenía razones verdaderas, al salir de la universidad, para desahogarse amargamente con sus dos fieles jóvenes estudiantes que solían acompañarlo hacia casa. Y les hablaba de la descarada charlatanería que del campo de la política había pasado a patalear, primero en el de la literatura, y ahora, desgraciadamente, también en los sagrados e inviolables dominios de la ciencia; hablaba del servilismo vil profundamente radicado en la idiosincrasia del pueblo italiano, por lo cual cualquier cosa que venga de fuera es una gema preciosa, mientras que todo lo que se produce en Italia es piedra falsa y vil; finalmente concluía con los argumentos más fuertes contra su adversario, qu