Jornada segunda
(Salen Ricardo y Fulgencio.)
Ricardo Tengo de conocerle gran deseo,
aunque él me tiene a mí por enemigo.
FulgencioNo tiene el mundo un hombre, a lo que creo,
más digno de llamarse honrado amigo.
RicardoAsí lo dicen cuantos suyos veo.
FulgencioNinguno más de esa verdad testigo.
y me pesa que vos viváis tan fuera
de su amistad.
Ricardo ¡Por Dios, que la tuviera!
Mas ya sabéis, Fulgencio, que he tratado
esa mujer que Feliciano adora,
celos y enojos muchas veces dado,
que es lo que apartan la amistad agora.
El hombre que ama, al hombre que fue amado
siempre aborrece, y, receloso, ignora
si ha de volver aquél a verse un día
en el estado mismo que solía.
Fuera de eso, Fulgencio, hay otro enredo
que impide la amistad.
Fulgencio ¿De qué manera?
RicardoHabrá tres meses —que deciros puedo
a vos este secreto, aunque lo fuera—
que vine aquí, llamado de Tancredo,
¡y que pluguiera a Dios que no viniera!
a cenar con la Circe, la Medea,
que llaman la discreta Dorotea.
Era sin duda a costa, o mal lo entiendo,
de Feliciano el gasto, y en entrando
echáronle de casa, previniendo
la cena a que me estaban esperando;
Feliciano, por dicha, conociendo
su engaño, vuelve al puesto, y derribando
las puertas, a que salga con la espada
me obliga, casca y cena alborotada.
Salgo y hallo no más de un hombre; quiero
reñir con él, y que es mujer me dice;
dejo la casa, cena y el acero
envaino, a que ninguno contradice.
Acompañarla voy, aunque primero
de que no era traición me satisfice;
llego a su casa y háblola en la puerta,
llena de amores y de celos muerta.
¡No es menos de que adora en Feliciano
que está perdido aquí por Dorotea;
yo, viendo el traje, o de tocar su mano,
o por mi estrella, o lo que fuere sea,
así me pierdo, así me rindo, hermano,
que no hay Sol para mí, no hay luz que vea
mientras estoy ausente de su vista.
Fulgencio¡Suceso extraño! Y ¿qué hay de la conquista?
Ricardo Que me aborrece al paso que la adoro.
Fulgencio¿Y cómo lo ha llevado Dorotea?
RicardoQueriendo bien ese mancebo de oro,
en quien agora su codicia emplea.
FulgencioPues no lo dudes que le da un tesoro
y la adora de suerte que desea
dorar cuanto ella toque, como Midas;
oro comen y de oro van vestidas,
en oro duermen, y oro, finalmente,
pienso que son los gustos y favores.
Ricardo¡Pobre mancebo, rico e inocente,
pájaro simple entre esos dos azores!
FulgencioEs recién heredado; no lo siente.
Ricardo¡Oh, Fulgencio! No hay género de amores
más peligroso que una cortesana.
Lo que ella corta, eternamente sana.
¡Qué enredos tienen! ¡Qué palabras blandas!
¡Qué afeites de traiciones! Todo es cebo.
¡Qué baños odoríferos! ¡Qué holandas,
mortaja vil de un moscatel mancebo!
¡Pues verlas como imágenes en andas
en el estrado rico, limpio y nuevo!
Parecen las señoras más honestas;
allí toman papeles, dan respuestas;
llega el escritorillo la esclavina,
el tintero de plata la criada
tiene en la mano, hincada la rodilla;
el paje está elevado, y todo es nada.
¡Pues ver en la almohada la almohadilla,
y no hacer más labor que en la almohada,
para fingir ocupación! Es cosa
insufrible en el mundo y vergonzosa.
¿Qué dirás si se juntan a consejo
sobre pelear un hombre mentecato?
Celos, si es mozo; tierno amor, si es viejo;
pedir la seda, el faldellín, el plato.
¡Si las vieses tocar al limpio espejo
y quedar el bosquejo del retrato!
¡Mal año para mí, si tú las vieses,
que tantos ascos de vinorre hicieses!
No saca algún pintor tantas colores,
ni más ungüentos saca un cirujano.
Mira, ¡por Dios!, qué calidad de amores
y lo que aquí desprecia Feliciano;
no hay ramillete de diversas flores
del alba pura en la divina mano
como el cuerpo y el rostro de Leonarda,
discreta, hermosa, principal, gallarda.
Fulgencio Es mozo, y va siguiendo su apetito,
que a cada cual le rige su deseo;
su amigo soy, su gusto sólo imito.
Ricardo¿En qué entiende, en faltando de este empleo?
FulgencioDe la suerte que en número infinito
al panal de la miel acudir veo
las importunas moscas el verano,
así mozos agora a Feliciano.
Todos andan con él, todos le siguen,
acompáñanle todos noche y día,
juégase en casa, y tantos le persiguen
que en verlos te dará melancolía;
gusta que a dar o que a emprestar le obliguen
con liberalidad y cortesía,
porque es de suerte liberal y franco
que, al paso, presto ha de quedarse en blanco.
Ricardo ¿Qué es tan gran gastador?
Fulgencio Pródiga cosa,
y amigo de hacer gusto por el cabo.
Ésta es su casa; entrad.
Ricardo ¡Qué sala hermosa!
FulgencioLa casa es buena, y la pintura alabo.
RicardoEsta Lucrecia es singular.
Fulgencio ¡Famosa!
Ricardo¡Bueno, tras la cortina, está el esclavo!
FulgencioDe Urbina es la invención.
Ricardo ¡Era excelente!
¡Bueno es aquel Adonis que está enfrente!
¡Lindas telas son éstas!
Fulgencio ¡Extremadas!
Ricardo¡Qué buenos escritores y bufetes!
¿Hay camas ricas?
Fulgencio Camas hay bordadas.
RicardoEspantosas grandezas me prometes.
Fulgencio¡Qué es ver aquestas salas ocupadas
de músicos, de damas, de alcagüetes,
de jugadores, bravos y de ociosos,
y aun de pobres que llaman vergonzosos!
Ricardo Acuden al dinero.
Fulgencio ¡Oh, gran dinero!
RicardoNo dudes que el dinero es todo, en todo
es príncipe, es hidalgo, es caballero,
es alta sangre, es descendiente godo.
FulgencioÉl sale; no te vayas.
Ricardo Aquí espero,
por sólo ver de este mancebo el modo.
FulgencioHaz cuenta que otro pródigo estás viendo.
Ricardo¿Cantan?
Fulgencio ¿No miras que se está vistiendo?
(Entren Feliciano, vistiéndose a un espejo que traerá un Paje, y otro la espada y la capa; Galindo, con una escobilla limpiando el sombrero. Dos músicos cantando, mientras se compone el cuello.)
Músicos «Pidiéronle colación
unas damas a Belardo,
paseándose en Sevilla
entre unos verdes naranjos.»
Feliciano Esperad, por vida mía.
MúsicoYa lo que quieres aguardo.
Feliciano¿Qué? ¿Vive aquese Belardo?
MúsicosAún es vivo.
Feliciano ¿Todavía?
Músicos Si das licencia que cante,
sabrás su estado mejor.
Feliciano¿Qué? ¿Ése es vivo?
Músicos Sí, señor.
FelicianoCantad, pasad adelante.
(Cantan.)
Músicos «El que a unos ojos azules
estaba haciendo...