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Los Poemas de Garcilaso de la Vegacambiaron el universo literario de la lengua castellana. Garcilaso de la Vega es uno de los máximos exponentes del Siglo de Oro y uno de los escritores más grandes de la historia. Como poeta, además de contar con la admiración de sus contemporáneos, fue alabado por Miguel de Cervantes Saavedra y Lope de Vega, entre otros. Es para ellos el dios mayor del Parnaso español. La poesía de Garcilaso de la Vega, tuvo tres etapas: - la castellana, en que escribe sus poemas octosilábicos; - la italiana o petrarquista, en que, influido por Francesco Petrarca, escribe sus sonetos y canciones en forma de cancionero petrarquista dedicado a la dama Isabel Freyre; - y la etapa clasicista o napolitana, en que, influido por los poetas clásicos latinos y por sus nuevas amistades napolitanas, escribe elegías, epístolas, églogas y odas, algunas de ellas en latín.Los Poemas de Garcilaso de la Vega (1501-1536) aparecieron en una edición de su amigo Juan Boscán y publicada en 1543 por la viuda de este. No es muy extensa: tres églogas, cuarenta sonetos, cuatro canciones, una oda, una epístola y ocho composiciones de tipo tradicional de cancionero en versos octosílabos. Garcilaso manifestó un gusto elevado en la selección de su vocabulario. Este se caracteriza por una elegante sobriedad en la expresión de sus sentimientos y en la descripción de la naturaleza. Se aleja de la artificiosidad de la lírica cortesana del siglo XV, y apuesta por un lenguaje llano y natural. Garcilaso es un extraordinario ejemplo de claridad expresiva. Gran conocedor de los recursos técnicos de la poesía, cuida la musicalidad del verso que armoniza con la ternura de sus sentimientos. Estos son, básicamente amorosos. Se deleita, también, con la plácida belleza en la descripción de sus paisajes.

Garcilaso de la Vega (Toledo, 1501-Niza, 1536). España. Miembro de la nobleza, intervino desde joven en la política de Castilla y en 1519 entró en el ejército de Carlos V. Combatió contra los comuneros en la batalla de Olías (1521) y participó, junto con su amigo Juan Boscán, en una fracasada expedición contra los turcos (1522) a Rodas. Tras enfrentarse en Navarra a los franceses, fue nombrado caballero de Santiago y se casó con Elena de Zúñiga. Poco después conoció a la portuguesa Isabel Freyre, su gran amor imposible, quien inspiró la mayor parte de sus poemas, y cuyo matrimonio con otro hombre lo deprimió. Viajó a Italia por primera vez en 1529, recorrió varios países europeos y fue desterrado a una isla del Danubio por asistir a la boda secreta de su sobrino, no autorizada por el rey. (Este episodio es referido en 'su Canción III'.) Fue perdonado gracias al duque de Alba, entonces vivió en Nápoles y participó en la expedición imperial contra los turcos de Túnez.

Égloga II


Albanio En medio del invierno está templada

el agua dulce desta clara fuente,

y en el verano más que nieve helada.

¡Oh claras ondas, cómo veo presente,

en viéndoos, la memoria d’aquel día

de que el alma temblar y arder se siente!

En vuestra claridad vi mi alegría

oscurecerse toda y enturbiarse;

cuando os cobré, perdí mi compañía.

¿A quién pudiera igual tormento darse,

que con lo que descansa otro afligido

venga mi corazón a atormentarse?

El dulce murmurar deste ruido,

el mover de los árboles al viento,

el suave olor del prado florecido

podrían tornar d’enfermo y descontento

cualquier pastor del mundo alegre y sano;

yo solo en tanto bien morir me siento.

¡Oh hermosura sobre’l ser humano,

oh claros ojos, oh cabellos d’oro,

oh cuello de marfil, oh blanca mano!,

¿cómo puede ora ser qu’en triste lloro

se convirtiese tan alegre vida

y en tal pobreza todo mi tesoro?

Quiero mudar lugar y a la partida

quizá me dejará parte del daño

que tiene el alma casi consumida.

¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño

es darme yo a entender que con partirme,

de mí s’ha de partir un mal tamaño!

¡Ay miembros fatigados, y cuán firme

es el dolor que os cansa y enflaquece!

¡Oh, si pudiese un rato aquí adormirme!

Al que, velando, el bien nunca s’ofrece,

quizá qu’el sueño le dará, durmiendo,

algún placer que presto desparece;

en tus manos ¡oh sueño! m’encomiendo.

¡Cuán bienaventurado

aquél puede llamarse

que con la dulce soledad s’abraza,

y vive descuidado

y lejos d’empacharse

en lo que al alma impide y embaraza!

No ve la llena plaza

ni la soberbia puerta

de los grandes señores,

ni los aduladores

a quien la hambre del favor despierta;

no le será forzoso

rogar, fingir, temer y estar quejoso.

A la sombra holgando

d’un alto pino o robre

o d’alguna robusta y verde encina,

el ganado contando

de su manada pobre

que en la verde selva s’avecina,

plata cendrada y fina

y oro luciente y puro

bajo y vil le parece,

y tanto lo aborrece

que aun no piensa que dello está seguro,

y como está en su seso,

rehuye la cerviz del grave peso.

Convida a un dulce sueño

aquel manso ruido

del agua que la clara fuente envía,

y las aves sin dueño,

con canto no aprendido,

hinchen el aire de dulce armonía.

Háceles compañía,

a la sombra volando

y entre varios olores

gustando tiernas flores,

la solícita abeja susurrando;

los árboles, el viento

al sueño ayudan con su movimiento,

¿Quién duerme aquí? ¿Dó está que no le veo?

¡Oh, hele allí! ¡Dichoso tú, que aflojas

la cuerda al pensamiento o al deseo!

¡Oh natura, cuán pocas obras cojas

en el mundo son hechas por tu mano,

creciendo el bien, menguando las congojas!

El sueño diste al corazón humano

para que, al despertar, más s’alegrase

del estado gozoso, alegre o sano,

que como si de nuevo le hallase,

hace aquel intervalo que ha pasado

qu’el nuevo gusto nunca al fin se pase;

y al que de pensamiento fatigado

el sueño baña con licor piadoso,

curando el corazón despedazado,

aquel breve descanso, aquel reposo

basta para cobrar de nuevo aliento

con que se pase el curso trabajoso.

Llegarme quiero cerca con buen tiento

y ver, si de mí fuere conocido,

si es del número triste o del contento.

Albanio es este que está ’quí dormido,

o yo conozco mal; Albanio es, cierto.

Duerme, garzón cansado y afligido.

¡Por cuán mejor librado tengo un muerto,

que acaba’l curso de la vida humana

y es conducido a más seguro puerto,

qu’el que, viviendo acá, de vida ufana

y d’estado gozoso, noble y alto

es derrocado de fortuna insana!

Dicen qu’este mancebo dio un gran salto,

que d’amorosos bienes fue abundante,

y agora es pobre, miserable y falto;

no sé la historia bien, mas quien delante

se halló al duelo me contó algún poco

del grave caso deste pobre amante.

¿Es esto sueño, o ciertamente toco

la blanca mano? ¡Ah, sueño, estás burlando!

Yo estábate creyendo como loco.

¡Oh cuitado de mi! Tú vas volando

con prestas alas por la ebúrnea puerta;

yo quédome tendido aquí llorando.

¿No basta el grave mal en que despierta

el alma vive, o por mejor decillo,

está muriendo d’una vida incierta?

Albanio, deja el llanto, qu’en oíllo

me aflijo.

¿Quién presente está a mi duelo?

Aquí está quien t’ayudará a sentillo.

¿Aquí estás tú, Salicio? Gran consuelo

me fuera en cualquier mal tu compañía,

mas tengo en esto por contrario el cielo.

Parte de tu trabajo ya m’había

contado Galafrón, que fue presente

en aqueste lugar el mismo día,

mas no supo decir del accidente

la causa principal, bien que pensaba

que era mal que decir no se consiente;

y a la sazón en la ciudad yo estaba,

como tú sabes bien, aparejando

aquel largo camino que esperaba,

y esto que digo me contaron cuando

torné a volver; mas yo te ruego ahora,

si esto no es enojoso que demando,

que particularmente el punto y hora,

la causa, el daño cuentes y el proceso,

que’l mal, comunicándose, mejora.

Con un amigo tal, verdad es eso

cuando el mal sufre cura, mi Salicio,

mas éste ha penetrado hasta el hueso.

Verdad es que la vida y ejercicio

común y el amistad que a ti me ayunta

mandan que complacerte sea mi oficio;

mas ¿qué haré?, qu’el alma ya barrunta

que quiero renovar en la memoria

la herida mortal d’aguda punta,

y póneme delante aquella gloria

pasada y la presente desventura

para espantarme de la horrible historia.

Por otra parte, pienso qu’es cordura

renovar tanto el mal que m’atormenta

que a morir venga de tristeza pura,

y por esto, Salicio, entera cuenta

te daré de mi mal como pudiere,

aunque el alma rehuya y no consienta.

Quise bien, y querré mientras rigiere

aquestos miembros el espíritu mío,

aquélla por quien muero, si muriere.

En este amor no entré por desvarío,

ni lo traté, como otros, con engaños,

ni fue por elección de mi albedrío:

desde mis tiernos y primeros años

a aquella parte m’enclinó mi estrella

y aquel fiero destino de mis daños.

Tú conociste bien una doncella

de mi sangre y agüelos descendida,

más que la misma hermosura bella;

en su verde niñez siendo ofrecida

por montes y por selvas a Diana,

ejercitaba allí su edad florida.

Yo, que desde la noche a la mañana

y del un Sol al otro sin cansarme

seguía la caza con estudio y...