: John Steinbeck
: Viajes con Charley En busca de Estados Unidos
: Nórdica Libros
: 9788416112319
: 1
: CHF 8.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 250
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
'Mi plan era claro, conciso y razonable, creo yo. He viajado por diversas partes del mundo durante muchos años. En Estados Unidos vivo en Nueva York, o me voy a Chicago o a San Francisco. Pero Nueva York no es más los Estados Unidos de lo que París es Francia o Londres es Inglaterra.Así que descubrí que no conocía mi propio país. Yo, un escritor estadounidense, que escribía sobre Estados Unidos, estaba trabajando de memoria, y la memoria es, en el mejor de los casos, un depósito defectuoso y deformado. No había oído el habla del país, ni olido la hierba ni los árboles ni las alcantarillas, ni visto sus cerros ni sus aguas, ni su color ni la calidad de su luz. Sabía de los cambios sólo por los libros y los periódicos. Pero, aparte de eso, llevaba veinticinco años sin sentir el país.' En 1960, Steinbeck, acompañado por su perro Charley, recorrió más de 16.000 kilómetros a lo largo de treinta y cuatro estados a bordo de su autocaravana Rocinante. Durante el viaje conversó con camioneros y campesinos, sintiendo los miedos y las esperanzas de sus compatriotas. Este delicioso libro, que llegó a ser Número Uno en ventas en su país, fue publicado poco antes de recibir el Premio Nobel en 1962. 'Pura delicia; un maravilloso viaje por Estados Unidos en el que Steinbeck estudia nuestros paisajes y también a sí mismo, analizando las dificultades emocionales de hacerse viejo.' The New York Times Book Review

John Steinbeck (Salinas, 1902 - Nueva York, 1968). Narrador y dramaturgo estadounidense. Estudió en la Universidad de Stanford, pero desde muy joven tuvo que trabajar duramente como albañil, jornalero rural, agrimensor o empleado de tienda. En la década de 1930 describió la pobreza que acompañó a la Depresión económica y tuvo su primer reconocimiento crítico con la novela Tortilla Flat, en 1935. Sus novelas se sitúan dentro de la corriente naturalista o del realismo social americano. Su estilo, heredero del naturalismo y próximo al periodismo, se sustenta sin embargo en una gran carga de emotividad en los argumentos y en el simbolismo presente en las situaciones y personajes que crea, como ocurre en sus obras mayores: De ratones y hombres (1937), Las uvas de la ira (1939) y Al este del Edén (1952). Obtuvo el premio Nobel en 1962.

3

Bajo los grandes robles de mi casa de Sag Harbor estaba Rocinante, bello y autónomo, y venían vecinos de visita, algunos que ni siquiera sabíamos que existían. Vi en sus ojos algo que había de ver una y otra vez en todas las partes del país: un deseo ardiente de irse, de marchar, de ponerse en camino, hacia cualquier lugar, lejos de cualquier Aquí. Hablaban quedamente de que querían irse algún día, andar por ahí, libres y desligados, no camino de algo sino alejándose de algo. Vi esa mirada y oí ese anhelo en todas partes de todos los estados que visité. Casi todos los estadounidenses están deseosos de irse. Un niño, de unos trece años, volvía todos los días. Se quedaba a un lado tímidamente y miraba a Rocinante; atisbaba por la puerta, hasta se echaba al suelo y examinaba las ballestas especiales, muy potentes. Era un muchachito ubicuo y silencioso. Venía incluso de noche a contemplar a Rocinante.«Si me llevaras contigo—me dijo—, bueno, haría lo que fuese. Cocinaría, lavaría todos los platos y haría todo el trabajo y cuidaría de ti.»

Conocía su anhelo, para mi desdicha.

—Ojalá pudiera—dije—. Pero el consejo escolar y tus padres y muchos más dicen que no puedo.

—Haré lo que sea—dijoél. Y yo creo que lo habría hecho. Creo que no renunció hasta que me puse en marcha sinél. Tenía el sueño que he tenido yo toda mi vida y para el que no hay cura.

Equipar a Rocinante fue un proceso largo y grato.

Llevé demasiadas cosas, pues no sabía con qué iba a encontrarme. Herramientas para una emergencia, cables de remolque, un aparejo de poleas pequeño, un zapapico y una palanca, instrumentos para hacer y arreglar e improvisar. Luego estaban los víveres de emergencia. Llegaría tarde al noroeste y me cogería la nieve. Me aprovisioné para una semana de emergencia por lo menos; lo del agua era fácil; Rocinante llevaba un depósito de ciento trece litros.

Pensé que podría escribir un poco en ruta, quizás ensayos, probablemente notas y con seguridad cartas. Llevé cuartillas, papel carbón, máquina de escribir, lápices, cuadernos. Y no sólo eso, sino también diccionarios, una pequeña enciclopedia y una docena de libros de consulta más, bastante gruesos. Creo que nuestra capacidad de autoengaño es ilimitada. Sabía muy bien que raras veces tomo notas, y que si lo hago, o las pierdo o no puedo leerlas después. Sabía también, con treinta años de profesión, que no puedo escribir en el calor del momento. Tiene que fermentar. He de hacer lo que un amigo llama«darle vueltas» un tiempo hasta que baje. Y a pesar de conocerme tan bien equipé a Rocinante con material de escribir suficiente para diez volúmenes. Incluí también sesenta kilos de esos libros que nunca llegas a leer... y no sería capaz de hacerlo tampoco en el viaje, por supuesto. Luego, productos enlatados, cartuchos, balas de rifle, cajas de herramientas y un exceso de ropa, mantas y almohadas, y de zapatos y botas, ropa interior acolchada de nailon para temperaturas bajo cero, y tazas y platos de plástico y una palangana del mismo material, un depósito de gas de repuesto. Las ballestas sobrecargadas gemían e iban bajando más y más. Según mis cálculos actuales llevé aproximadamente cuatro veces más de lo necesario de todo.

Sucede que Charley es un perro que lee el pensamiento. Ha habido muchos viajes en su vida, y hay que dejarlo en casa a menudo. Sabe que nos vamos mucho antes de que aparezcan las maletas y pasea y se preocupa y gime y cae en un estado de leve histeria, pese a lo viejo que es. Durante las semanas de preparación andaba siempre estorbando y se convirtió en un engorro puñetero. Le dio por esconderse en la camioneta, se arrastraba dentro e intentaba parecer pequeño.

Se acercaba ya el Día del Trabajo, el día de la verdad en que volverían a clase millones de niños y dejarían las carreteras decenas de millones de padres. Estaba preparado para ponerme en marcha después de eso en cuanto fuese posible. Y se informó por entonces de que subía del Caribe en nuestra dirección arrasándolo todo el huracán Donna. En la punta de Long Island habíamos tenido suficiente de aquello como para ser sumamente respetuosos. Con un huracán acercándose nos preparamos para soportar un asedio. Nuestra pequeña bahía está bastante bien resguardada, pero no lo suficiente. Llené las lámparas de queroseno mientras Donna avanzaba hacia nosotros, puse en marcha la bomba manual para el pozo y até todo lo movible. Tengo un barco de motor de seis metros y medio de eslora, elFayre Eleyne. Le cerré las escotillas y lo saqué hasta el medio de la bahía, eché un ancla inmensa y anticuada con una cadena de un centímetro y cuarto y lo amarré con un cabo largo. Con aquel aparejo podría aguantar un viento de doscientos cincuenta kilómetros por hora, salvo que se le partiese la proa.

Donna subía culebreando. Sacamos una radio de batería para oír las noticias, porque si Donna llegaba allí nos quedaríamos sin corriente. Pero había una preocupación añadida: Rocinante, plantado allí entre losárboles. En una pesadilla que tuve despierto vi caer unárbol sobre la camioneta y aplastarla como a un gusano. La puse a salvo de una posible caída directa, pero eso no significaba que toda la copa de unárbol no pudiese volar quince metros por el aire y aplastarla.

Por la mañana temprano supimos por la radio queíbamos a recibirlo, y a las diez nos enteramos de que su centro pasaría por encima de nosotros y que llegaría a la 1.07... en ese momento preciso. Nuestra bahía estaba tranquila, sin una ondulación, pero el agua estaba aún oscura y elFayre Eleyne se balanceaba suave y delicadamente frente al amarradero.

Nuestra bahía está mejor protegida que la mayoría, así que vinieron a amarrar en ella muchas embarcaciones pequeñas. Y vi consternado que muchos de sus propietarios no sabían amarrar. Finalmente entraron dos barcos, muy bonitos, uno remolcando al otro. Los tripulantes echaron un ancla ligera y los dejaron, la proa de uno atada a la popa del otro, y ambos dentro del margen de desplazamiento delFayre Eleyne. Cogí un megáfono y fui hasta el final del embarcadero e intenté protestar contra aquel disparate, pero los propietarios o no me oyeron o no entendieron o no quisieron hacer caso.

Llegó el viento en el momento preciso en que nos habían dicho que lo haría, y arrugó el agua como una sábana negra. Fue como un puñetazo. La copa de un roble se desplomó entera y pasó rozando la casa de campo desde la que mirábamos. La ráfaga siguiente rompió un ventanal. Volví a colocarlo y embutí cuñas por arriba y por abajo con una hachuela. Se fueron la luz y el teléfono en ese primer embate, como ya sabíamos que pasaría. Estaban previstas olas de dos metros y medio. Contemplamos cómo el viento se abatía sobre la tierra y sobre el mar como una jauría incontenible de terriers. Losárboles cabeceaban y se doblaban como hierba y del agua batida se alzaba una crema de espuma. Se soltó una embarcación y fue subiendo como por un tobogán hasta la orilla, y luego otra. Casas construidas en la benigna primavera y a principios de verano recibieron olas en las ventanas del segundo piso. Nuestra casa está en una loma a nueve metros sobre el nivel del mar. Pero la marea cubrió mi alto embarcadero. Cuando el viento cambió de direcci&