: Armando Pego
: Poética del monasterio
: Ediciones Encuentro
: 9788413394534
: 1
: CHF 8.10
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: Philosophie
: Spanish
: 266
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En la actualidad se acusa a la organización social occidental de «tradicional» con la voluntad de descartarla. El imaginario de nuestra sociedad, y tres de sus figuras fundamentales -El Padre, el Maestro y el Monje- parecen haber entrado en crisis. Sin embargo, la tradición espiritual que triunfa en la Modernidad contiene una alternativa por explorar. Es justamente este hilo escondido el que intenta seguir, a lo largo de las partes de su libro, el autor Armando Pego. El itinerario de formación que propone la poética de un «monasterio», a la que se refiere el título de este ensayo bellísimo y erudito, confía en que la transmisión de la vida y la creación se siga garantizando. Poética del monasterio reflexiona alrededor de los espacios fundamentales que constituyen el horizonte social y antropológico de las tres figuras referidas anteriormente: el hogar, la escuela y la celda, reivindicando una pedagogía humanista fundada en la pervivencia de los mitos clásicos de nuestra cultura.

Armando Pego Puigbó (Madrid, 1970), doctor en Filología Hispánica, es catedrático de Humanidades en La Salle - Universitat Ramon Lllull (Barcelona). Su carrera académica ha transcurrido en diferentes centros de investigación: Universidad Complutense de Madrid, Instituto de la Lengua Española-CSIC y The Warburg Institute. Ha publicado numerosos artículos académicos sobre temas de crítica literaria, así como sobre la literatura espiritual del siglo XVI y su recepción en el siglo XX. Colabora actualmente en diversos medios digitales. Entre sus monografías sobresalen El renacimiento espiritual y Modernidad y pedagogía en Pedro Poveda. Su última obra, Poética del monasterio, completa un itinerario ensayístico iniciado con Trilogía güelfa y seguido por El peregrino absoluto.

I.In nomine Spiritus

Deus, in adjutorium meum intende.

Domine, ad adjuvandum me festina.

Don Quijote, místico

Al principio de suVida de Don Quijote y Sancho Miguel de Unamuno se plantó ante el sepulcro del ingenioso hidalgo. Rumiaba el autor —¿o era su lector?— que si el Caballero de la Triste Figura hubiera perdido realmente el oremus leyendo libros de caballerías, no se habría lanzado a la llanura canicular para encontrar el norte de su misión más íntima. Se adentró en ella como quien decide ingresar en la orden de su imaginación. Entre tres siglos algo hondo y decisivo se fue aprendiendo con su ejemplo: «Que te baste tu fe. Tu fe será tu arte, tu fe será tu ciencia»25.

Hace más de treinta años quedé prendido entre las líneas de una práctica espiritual. Era un texto ilegible, críptico, incapturable, endiseminación, como la jerga teórica de entonces lo definía. Nodebía leerse, decían, sino hacerse. Aun obedeciendo, al decidirme a hacerlo lo seguía leyendode otra manera. No lo leía mientras lo hacía, sino que haciéndolo me (lo) leía. No lograba comprender; ni lograba hacerme entender. Tal vez me había tomado en serio una de las glosas que me habían conducido hasta él:

Solo queda una salida a este diálogo donde la divinidad habla (pues las mociones son numerosas) pero no marca: hacer de la suspensión misma de la marca un signo último. Esta última lectura, fruto final y difícil de la ascesis, es elrespeto, la aceptación reverencial del silencio de Dios, el asentimiento dado, no al signo, sino a la demora del signo. La escucha se convierte en su propia respuesta, y, en suspenso, la interrogación deviene de alguna manera asertiva, la pregunta y la respuesta entran en un equilibrio tautológico: el signo divino se descubre todo entero recogido en su audición26.

Este comentario de Roland Barthes a losEjercicios espirituales de san Ignacio de Loyola ha conservado un error que, no obstante, también sigue abriendo la posibilidad errante deotra peregrinación. Aquella visión todavía configuraba un modo de vivir la fe en un mundo entonces ya poscristiano, sin que sospechásemos siquiera la rapidez con que se transformaría enacristiano bajo la apariencia de los programas anticristianos que asolan Occidente entero.

Roma había caído ya entonces y todavía no nos habíamos dado cuenta. Estábamos deslumbrados por los últimos resplandores de una restauración que trataba de taponar la oleada gélida e implacable que se denominaba pomposamente elespíritu conciliar y que fue incapaz de retener, con la apostasía tan solo de dos generaciones, el derrumbe institucional y social de aquella fuerza que había dinamizado durante mil años la política europea.

Barthes venía a decir queDios no era sino el signo de su ausencia: el borrado de nuestra condición humana. No había otra palabra que esa espera momentánea, intercalada entre los murmullos y los gritos que finalmente han tomado posesión de las redes sociales como su manifestación más inmediata. Tanto más tupidos e insignificantes borbotean cuanto más ensordecedores.

Durante diez años solitarios me dediqué a fatigar los oracionales de la primera mitad del siglo XVI. Escritos, entre otros, por el franciscano Alonso de Madrid o el jesuita Baltasar Álvarez, confesor de santa Teresa de Jesús, del método de la oración mental al de la oración de silencio, ellos fueron mis libros de caballería. ¿Quiénes los leían entonces? El horizonte posconciliar los había rescatado y, en su cr