: Nancy Isenberg, Tomás Fernández Aúz
: White trash [Escoria blanca]
: CAPITÁN SWING LIBROS
: 9788412232424
: 1
: CHF 10.80
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: Essays, Feuilleton, Literaturkritik, Interviews
: Spanish
: 720
: Wasserzeichen
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: ePUB
En su innovadora historia sobre el sistema de clases en Estados Unidos, Nancy Isenberg expone el crucial legado de la embarazosa, siempre presente y ocasionalmente entretenida white trash. Los votantes que pusieron a Trump en la Casa Blanca han sido una parte permanente del tejido estadounidense: los pobres, marginados y sin tierra han existido desde la época del primer asentamiento colonial británico hasta los actuales hillbillies. Denominados como 'basura', 'timadores perezosos', 'comedores de arcilla' o 'crackers' en la década de 1850, los oprimidos eran conocidos por tener niños prematuramente envejecidos que se distinguían por su piel amarillenta, ropa andrajosa y actitudes apáticas. Los blancos pobres fueron fundamentales para el ascenso del Partido Republicano a principios del siglo xix y la Guerra Civil en sí misma se libró casi tanto por cuestiones de clase como por la esclavitud. Por otro lado, la escoria blanca siempre ha estado en el centro de los principales debates sobre el carácter de la identidad nacional. Examinando la retórica política, la literatura popular y las teorías científicas a lo largo de cuatrocientos años, Isenberg cuestiona los mitos de la supuesta sociedad libre de clases estadounidense, donde la libertad y el trabajo duro garantizan la movilidad social.

Nancy Isenberg. Nueva Jersey (EE.UU.), 1958. Profesora de Historia en la Universidad Estatal de Luisiana. Su primer libro, Sex and Citizenship in Antebellum America, examina los orígenes del movimiento por los derechos de las mujeres y obtuvo el premio anual de la Society for Historians of the Early American Republic (SHEAR) en 1999. Su segundo libro, Fallen Founder: The Life of Aaron Burr, que trataba de corregir la visión sesgada con la que a lo largo de dos siglos se ha retratado al vicepresidente de Thomas Jefferson, recibió elogios de la crítica, fue incluido en la Selección Principal del Club del Libro de Historia, ganó el Premio del Libro de Oklahoma 2008 de no ficción y fue finalista del Los Angeles Times Book Prize en la categoría de biografía. Su tercer libro, Madison and Jefferson, en coautoría con Andrew Burstein, fue un best seller del New York Times y fue elegido uno de los cinco mejores títulos de no ficción de 2010 por Kirkus. Con Burstein ha escrito también The Problem of Democracy: The Presidents Adams Confront the Cult of Personality. Isenberg ha aparecido en C-SPAN2 Book TV y en varios programas de NPR. Ha publicado artículos en New York Review of Books, Washington Post, American Scholar, Chronicle of Higher Education, Journal of American History, American Quarterly y Hedgehog Review. Burstein y ella colaboran regularmente en Salon.com y publican escritos sobre asuntos políticos y culturales de actualidad para varios medios.

INTRODUCCIÓN

Las fábulas que echamos

al olvido

Todos sabemos lo que son las clases sociales. O eso pensamos al decir que se trata de la estratificación económica derivada de la riqueza y los privilegios. El problema es que, por lo común, la narrativa de la historia popular de Estados Unidos apenas hace referencia a la existencia de las clases sociales. Es como si, al separarse de Gran Bretaña, Estados Unidos se hubiera zafado, poco menos que por arte de magia, del grillete de las clases y accedido a una suerte de conciencia superior repleta de fértiles posibilidades. A fin de cuentas, el Senado estadounidense no es la Cámara de los Lores. Los libros de texto enseñan a los escolares un relato nacional cuya argumentación se basa en «cómo se ganó la tierra y la libertad» o en «las vías que permitieron que la gente corriente aprovechara sus oportunidades». El reverenciado sueño americano es algo así como el patrón oro con el que tanto los políticos y los votantes han de valorar la calidad de vida, ya que cada generación ha de entregarse a la procura de lo que ella misma defina como felicidad, sin verse en ningún momento sujeta a las trabas del nacimiento (es decir, el nombre o la reputación de los padres) o el rango (el punto de partida que le toca a uno en el seno del sistema de clases al venir al mundo).

Nuestros más acariciados mitos contribuyen a un tiempo a enardecernos y a debilitarnos. El lema «Todos los hombres han sido creados iguales» se ha utilizado con gran éxito para acotar la promesa implícita en los vastos espacios abiertos de Estados Unidos y definir la autoestima moral de un pueblo unido que se afirma distinto de la legión de sociedades extranjeras despojadas de toda esperanza de redención política. Los principales promotores de la idea de América presentaron sus planteamientos con mucho aplomo y ofrecieron la visión de una república moderna capaz de revelarse revolucionaria en términos de movilidad social en un mundo dominado por las monarquías y las aristocracias prefijadas.

Todo esto resulta estimulante. Sin embargo, la pedestre realidad era, y sigue siendo, considerablemente distinta. Lo que hicieron los colonos británicos fue promover —en un sentido perfectamente literal, como veremos— un doble plan de acción: el primero pasaba por reducir la pobreza en Inglaterra, y el segundo consistía en trasladar a la población ociosa e improductiva al Nuevo Mundo. Tras el asentamiento, los puestos coloniales avanzados comenzaron a explotar a los trabajadores no libres (criados contratados, esclavos y niños), y no encontraron inconveniente en considerar que esas clases prescindibles constituían un verdadero despojo humano. Sin embargo, esos pobres, esos desechos, no desaparecieron, de modo que a principios del sigloXVIIIpasaron a formar parte de una casta permanente. Esta forma de clasificar a los fracasados se consolidó en Estados Unidos. Todos los periodos de la cacareada historia del desarrollo del continente norteamericano muestran su particular taxonomía de morralla humana, es decir, de gentes tan indeseables como irrecuperables. Y, a su vez, cada uno de esos periodos dispone de medios propios para situar lejos del ideal convencional su versión de lo que es la escoria blanca.

Al concebir las clases inferiores como «castas» incurables e irreparables, este estudio replantea las relaciones entre raza y clase. Además de su intersección con la raza, la clase social cuenta por sí sola con una pujante dinámica propia y singular. Dicha dinámica arranca con los ricos y contundentes significados asociados con las distintas designaciones atribuidas a las clases marginales estadounidenses. Mucho antes de que se acuñaran expresiones como «barreduras de remolque» o «destripaterrones blanco», ya se llamaba «palurdos», «basura», «comearcillas» y «mascamazorcas» a este mismo tipo de personas (y con esto no hacemos más que arañar la superficie del problema).

Para que el lector no malinterprete el objetivo de la presente obra, quiero dejar meridianamente clara una cuestión: lo que hago al reinterpretar la experiencia histórica de Estados Unidos en términos de clase es poner de manifiesto una serie de cuestiones que, siendo relativas a la identidad estadounidense, tienden a pasarse por alto con excesiva frecuencia. Pero con esto no me limito a señalar simplemente las nociones erróneamente comprendidas en épocas pasadas, también me propongo ofrecer una mejor percepción de las persistentes contradicciones que siguen activas en la moderna sociedad estadounidense.

¿Cómo acierta a explicar una cultura que tiene en alta estima la igualdad de oportunidades la persistente existencia de personas marginadas? O mejor aun, ¿cómo se las ingenia para amoldarse a su presencia? Los estadounidenses del sigloXXIhan de hacer frente a este inalterable enigma. Debemos reconocer que existen efectivamente