INTRODUCCIÓN
Las fábulas que echamos
al olvido
Todos sabemos lo que son las clases sociales. O eso pensamos al decir que se trata de la estratificación económica derivada de la riqueza y los privilegios. El problema es que, por lo común, la narrativa de la historia popular de Estados Unidos apenas hace referencia a la existencia de las clases sociales. Es como si, al separarse de Gran Bretaña, Estados Unidos se hubiera zafado, poco menos que por arte de magia, del grillete de las clases y accedido a una suerte de conciencia superior repleta de fértiles posibilidades. A fin de cuentas, el Senado estadounidense no es la Cámara de los Lores. Los libros de texto enseñan a los escolares un relato nacional cuya argumentación se basa en «cómo se ganó la tierra y la libertad» o en «las vías que permitieron que la gente corriente aprovechara sus oportunidades». El reverenciado sueño americano es algo así como el patrón oro con el que tanto los políticos y los votantes han de valorar la calidad de vida, ya que cada generación ha de entregarse a la procura de lo que ella misma defina como felicidad, sin verse en ningún momento sujeta a las trabas del nacimiento (es decir, el nombre o la reputación de los padres) o el rango (el punto de partida que le toca a uno en el seno del sistema de clases al venir al mundo).
Nuestros más acariciados mitos contribuyen a un tiempo a enardecernos y a debilitarnos. El lema «Todos los hombres han sido creados iguales» se ha utilizado con gran éxito para acotar la promesa implícita en los vastos espacios abiertos de Estados Unidos y definir la autoestima moral de un pueblo unido que se afirma distinto de la legión de sociedades extranjeras despojadas de toda esperanza de redención política. Los principales promotores de la idea de América presentaron sus planteamientos con mucho aplomo y ofrecieron la visión de una república moderna capaz de revelarse revolucionaria en términos de movilidad social en un mundo dominado por las monarquías y las aristocracias prefijadas.
Todo esto resulta estimulante. Sin embargo, la pedestre realidad era, y sigue siendo, considerablemente distinta. Lo que hicieron los colonos británicos fue promover —en un sentido perfectamente literal, como veremos— un doble plan de acción: el primero pasaba por reducir la pobreza en Inglaterra, y el segundo consistía en trasladar a la población ociosa e improductiva al Nuevo Mundo. Tras el asentamiento, los puestos coloniales avanzados comenzaron a explotar a los trabajadores no libres (criados contratados, esclavos y niños), y no encontraron inconveniente en considerar que esas clases prescindibles constituían un verdadero despojo humano. Sin embargo, esos pobres, esos desechos, no desaparecieron, de modo que a principios del sigloXVIIIpasaron a formar parte de una casta permanente. Esta forma de clasificar a los fracasados se consolidó en Estados Unidos. Todos los periodos de la cacareada historia del desarrollo del continente norteamericano muestran su particular taxonomía de morralla humana, es decir, de gentes tan indeseables como irrecuperables. Y, a su vez, cada uno de esos periodos dispone de medios propios para situar lejos del ideal convencional su versión de lo que es la escoria blanca.
Al concebir las clases inferiores como «castas» incurables e irreparables, este estudio replantea las relaciones entre raza y clase. Además de su intersección con la raza, la clase social cuenta por sí sola con una pujante dinámica propia y singular. Dicha dinámica arranca con los ricos y contundentes significados asociados con las distintas designaciones atribuidas a las clases marginales estadounidenses. Mucho antes de que se acuñaran expresiones como «barreduras de remolque» o «destripaterrones blanco», ya se llamaba «palurdos», «basura», «comearcillas» y «mascamazorcas» a este mismo tipo de personas (y con esto no hacemos más que arañar la superficie del problema).
Para que el lector no malinterprete el objetivo de la presente obra, quiero dejar meridianamente clara una cuestión: lo que hago al reinterpretar la experiencia histórica de Estados Unidos en términos de clase es poner de manifiesto una serie de cuestiones que, siendo relativas a la identidad estadounidense, tienden a pasarse por alto con excesiva frecuencia. Pero con esto no me limito a señalar simplemente las nociones erróneamente comprendidas en épocas pasadas, también me propongo ofrecer una mejor percepción de las persistentes contradicciones que siguen activas en la moderna sociedad estadounidense.
¿Cómo acierta a explicar una cultura que tiene en alta estima la igualdad de oportunidades la persistente existencia de personas marginadas? O mejor aun, ¿cómo se las ingenia para amoldarse a su presencia? Los estadounidenses del sigloXXIhan de hacer frente a este inalterable enigma. Debemos reconocer que existen efectivamente