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: Proclamaciones de independencia latinoamericanas
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Las Proclamaciones de independencia latinoamericanas fueron un reflejo de la situación de las colonias españolas de América. Se sucedieron en cadena durante las primeras décadas del siglo XIX, influidas en su mayoría por la declaración de independencia de las colonias inglesas de Norteamérica, la Revolución francesa y la invasión de España por el ejército de Napoleón. El vacío de poder en la metrópoli, y las ideas de la Ilustración propiciaron que los próceres locales se planteasen la necesidad de formar gobiernos autónomos que dirigiesen los destinos de los antiguos virreinatos desde una perspectiva más cercana a la de los intereses de sus habitantes. Este proceso con sus matices regionales, avances y retrocesos, disputas y diferencias ideológicas fraguó el surgimiento de los actuales estados que conforman Latinoamérica. Las Proclamaciones de independencia latinoamericanas aquí reunidas cimentaron las Constituciones nacionales de los países de América Latina. A continuación presentamos a algunos de los firmantes: Miguel Hidalgo Juan Germán Roscio Manuel Belgrano Bernardo O'higgins Antonio Nariño Vicente Rocafuerte José Antonio Miralla José Camilo Henríquez Manuel Rodríguez de Quiroga Marqués de Selva Alegre Manuel Lorenzo de Vidaurre Bernardo José Monteagudo Camilo Torres Tenorio Francisco Javier Ustáriz Fernando Peñalver Francisco José de Caldas Miguel de Lastarria José Javier de Baquíjano

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Estados Unidos de América2


Declaración de Independencia
Pensilvania, 4 de julio de 1776


Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.

Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad y su felicidad.

Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; y tal es ahora la necesidad que las compele a alterar su antiguo sistema. La historia del presente rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidas injurias y usurpaciones, cuyo objeto principal es y ha sido el establecimiento de una absoluta tiranía sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.

Él ha rehusado asentir a las leyes más convenientes y necesarias al bien público de estas colonias, prohibiendo a sus gobernadores sancionar aun aquellas que eran de inmediata y urgente necesidad a menos que se suspendiese su ejecución hasta obtener su consentimiento, y estando así suspensas las ha desatendido enteramente.

Ha reprobado las providencias dictadas para la repartición de distritos de los pueblos, exigiendo violentamente que estos renunciasen el derecho de representación en sus legislaturas, derecho inestimable para ellos, y formidable sólo para los tiranos.

Ha convocado cuerpos legislativos fuera de los lugares acostumbrados, y en sitios distantes del depósito de sus registros públicos con el único fin de molestarlos hasta obligarlos a convenir con sus medidas, y cuando estas violencias no han tenido el efecto que se esperaba, se han disuelto las salas de representantes por oponerse firme y valerosamente a las invocaciones proyectadas contra los derechos del pueblo, rehusando por largo tiempo después de desolación semejante a que se eligiesen otros, por lo que los poderes legislativos, incapaces de aniquilación, han recaído sobre el pueblo para su ejercicio, quedando el estado, entre tanto, expuesto a todo el peligro de una invasión exterior y de convulsiones internas.

Él se ha esforzado en estorbar los progresos de la poblac