Cánovas antes de ser Cánovas
«Arrímate a Cánovas, que es el hombre del mañana»
Teatro Real, 12 de diciembre de 1874. Se desarrolla el estreno deAida. «Arrímate a Cánovas, que es el hombre del mañana». Esta frase en medio de una conversación le sirve a Benito Pérez Galdós para introducir a Antonio Cánovas del Castillo en una escena de susEpisodios Nacionales en la que el político malagueño figura como parte central de la «contradanza del alfonsismo», moviéndose alrededor de Isabel II en el palacio Basiliewski de París y junto al futuro Alfonso XII en la Academia Militar inglesa de Sandhurst1.
Este episodio fue el último de los que publicó el escritor canario, ya en 1912, varios años después del asesinato cometido por Michele Angiolillo, que segó una de las biografías clave para entender la historia contemporánea de España. La narración de Galdós arranca en 1874 y se extiende hasta 1880. En Galdós, el líder conservador es un hombre orgulloso, que tuvo que someterse a los militares, y también un intrigante dadivoso con sus amigos. El protagonista comenta tras un encuentro con don Antonio:
A muchos personajes de primera magnitud política había yo visitado en mi vida; pero ninguno me causó tanta cortedad y sobresalto como don Antonio Cánovas del Castillo, por la idea que yo tenía de la excelsitud de su talento, por la leyenda de su desmedido orgullo y de las frases irónicas y mortificantes que usar solía. Apenas cambiamos las primeras frases de saludo, empezó a disiparse la leyenda del empaque altivo, pues me encontraba frente a un señor muy atento y fino, y de una llaneza que al punto ganó mi voluntad. Hízome sentar a su lado, en un sofá casi frontero a la mesa de despacho, y hablamos… quiero decir, él habló y yo escuché, atento a su palabra enérgica, vibrante y un poquito ceceosa2.
El juicio del escritor canario no es tan distinto al que «Clarín» ofreció en su obra homónima de 1887, menos conocida que la anterior, y que también estaba ambientada en los primeros años de la Restauración. El autor deLa Regenta, igualmente crítico, adornaba su primera escena con Cánovas junto a la Gran Peña intentando seducir a «una de las mujeres más hermosas que podían pasearse por la corte». «Cánovas no tiene bastante vigor intelectual para pensar en las ideas mismas, no pasa de pensar en las letras de molde en que suele aparecer algo de las ideas», afirma acto seguido3.
Diríamos que las versiones literarias de la vida de Cánovas son semejantes entre sí y que han tenido un cierto influjo a la hora de marcar el recuerdo de aquel político. Curiosamente la etapa previa a presidir el gobierno pasa completamente desapercibida en ambos libros. Parece un periodo poco relevante a nivel biográfico, aunque en el mismo ya tuvo una gran importancia política. Aquel pasado le sirve a Leopoldo Alas para confrontar el antes y el después de 1874: «Pues [Cánovas] es capaz lo mismo de ponerle un prólogo a lord Byron que de escribir el programa del Manzanares»4. Efectivamente Cánovas había prologado a Byron y escrito el manifiesto de 1854, pero ese resumen era pobre y maniqueo. Había sido muchas cosas más.
Fue ministro de Gobernación y de Ultramar y una de las figuras relevantes de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell, escribió algunas novelas y con criterio de literatura del XIX y antigua y se dedicó a la historia con una profundidad que han alcanzado pocos políticos de primer nivel en los dos últimos siglos. Pero Cánovas fue, ante todo, como escribió su hermano Emilio, «el alma, por decirlo así» del restablecimiento de la Monarquía, en palabras de José Luis Comellas, el arquitecto de un sistema que ha llevado su nombre5. Esa perspectiva distorsiona todo lo anterior.
Cánovas procuró el régimen liberal más longevo de nuestra historia, junto a la actual democracia, gracias a que fue capaz de atemperar y superar los vaivenes revolucionarios y reaccionarios sucedidos desde 1808, estructurando unos partid