: Louis Bouyer
: Figuras místicas femeninas Hadewijch de Amberes, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Edith Stein
: Ediciones Encuentro
: 9788413394411
: 1
: CHF 8.00
:
: Religion/Theologie
: Spanish
: 172
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Contrariamente a la idea de que la «inferioridad» de la mujer fue instaurada por el judaísmo y el cristianismo, algunas mujeres han desempeñado un papel fundamental desde los tiempos de la Iglesia primitiva. De hecho, si la Iglesia ha sido capaz de sobrevivir a la decadencia escolástica de la Edad Media y a los errores tanto del Renacimiento como de la Reforma ha sido principalmente por mérito de dichas mujeres. Se puede observar entre ellas un vínculo de continuidad siempre creciente y que atraviesa diferentes épocas: desde Hadewijch de Amberes hasta Edith Stein, pasando por Teresa de Ávila, Teresa del Niño Jesús e Isabel de la Trinidad. Cinco místicas, cinco personalidades excepcionales, que impulsan un renacimiento interior necesario para la Iglesia tanto en el pasado como hoy. La obra, publicada originalmente en francés en 1989, puede ser considerada como el último volumen de una trilogía sobre la femineidad escrita por Bouyer, con un primer volumen de carácter teológico y antropológico, Le Trône de la Sagesse. Essai sur la signification du culte marial (1957), y un segundo de perspectiva eclesiológica, Mystère e ministère de la femme (1976). A través de su carácter testimonial, este libro muestra cómo lo ya anteriormente expuesto en ellos acerca de la vocación de la mujer y su misión en el mundo se ha cumplido y realizado, por la acción del Espíritu, en algunas mujeres que se han convertido en icono y modelo de vida cristiana.

Louis Bouyer (París, 1913- 2004), fue miembro de la congregación de los Oratorianos y uno de los más respetados y versátiles académicos católicos y teólogos del siglo XX. Amigo de Hans Urs von Balthasar, Joseph Ratzinger y J.R.R. Tolkien, fue uno de los fundadores de la revista internacional Communio. Antes de su conversión al catolicismo en 1939, Bouyer fue ministro luterano, recibiendo la ordenación como sacerdote católico en el año 1944. Bouyer llegó a ser una de las más importantes figuras de los movimientos bíblico y litúrgico católicos durante el siglo XX, tuvo gran influencia sobre el Concilio Vaticano II y se hizo famoso por sus excelentes libros sobre la historia de la espiritualidad cristiana. En el año 1969 fue elegido por el papa para que formara parte del grupo de teólogos que puso en marcha la Comisión Teológica Internacional. Además de impartir clases regularmente en el Instituto Católico de París, fue profesor visitante en diversos países de América y Europa hasta el año 1995. En esta casa se han publicado dos obras suyas: Tomás Moro (2009) y Del protestantismo a la Iglesia (2017).

II. De Hadewijch a Eckhart y Ruysbroeck

De Hadewijch I a Hadewijch II

Si tuviéramos que resumir con un trazo la obra espiritual de Hadewijch podríamos decir que es la expresión de una espiritualidad surgida completamente en la fe católica tradicional, pero en la que no hay espacio para la especulación abstracta que, partiendo del dogma, se dedica al análisis filosófico-teológico. Todo lo que Hadewijch nos dice tan profundamente sobre Cristo y el alma, sobre su incorporación a la unidad viva con la Trinidad como consumación de la unión, en la fe viva, con el Hijo de Dios hecho hombre, se diferencia de las grandes síntesis escolásticas sobre estos temas, que se estaban construyendo también en ese momento. Hadewijch parece ignorarlas completamente, ni tan siquiera sabe de su existencia. Lo que ella dice está en la perspectiva del Amor que es Dios, según san Juan. Este amor, tal como ella lo interpreta, canta, insinúa, nos empuja a entregarnos, como una sencilla profundización de la palabra de Jesús, que san Pablo nos transmite en el capítulo octavo de la Segunda Carta a los Corintios: «Hay más alegría en dar que en recibir». En una palabra, se trata simplemente, pero vivido en toda su plenitud, delÁgape neotestamentario.

En un momento en el que los pensadores católicos, incluso los más ortodoxos (y aún más sucederá, hacia el final de siglo, con los que lo eran menos), tienden a desarrollar la teología desde una especulación metafísica, no hay nada de esto en ella, aunque en el fondo de su espiritualidad encontramos verdadera teología. La teología que encontramos, por tanto, en su espiritualidad, sin separarse de esta, como sucedía también en el caso de los grandes Padres de la Iglesia antigua, es una teología espiritual en toda su esencia. Si en algún momento la palabra de Evagrio ha tenido algún sentido —que el «teólogo» y el «hombre de oración» son dos expresiones sinónimas— ha sido en el caso de Hadewijch. En este sentido es sumamente particular el modo como ella trata el tema del ejemplarismo, su tema más fundamental, que ha estado, sin embargo, vinculado a una tradición teológica saturada de reminiscencias filosóficas, resultando muy revelador, una vez más, el que ella jamás emplee esta palabra ni ningún término semejante.

Con su continuadora, Hadewijch II, como se la ha llamado, a pesar del lazo estrecho y profundo de filiación que las une (ni Ruysbroeck ni Juan de Leeuwen muestran la menor sospecha de que pudieran ser dos personalidades diferentes), percibimos una primera nota —no diría discordante— que expresa un cambio hacia otro registro: el de la pura especulación. Pero, ciertamente, aunque la meditación dé un giro metafísico, esta procederá siempre de la oración y volverá siempre a ella.

¿Qué encontramos, por tanto, de novedad en esta Hadewijch II en relación con la anterior? Dom Porion señala la desnudez, la pura liberación del espíritu, la profundidad simple de nuestro ser, la chispa del alma, el espejo siempre dispuesto a reflejar en nuestro interior la divinidad, la unión sin medio ni intermediario57.

Pero insistimos de nuevo en que, sin embargo, la preocupación primordial es totalmente espiritual, y que lo intelectual, que se refleja en sus poemas (los de su maestra eran más libres aún que sus cartas), no oculta el frescor y la juventud tan sorprendentes en sus versos como en los de la primera Hadewijch.

Esto no impide que todos estos temas hayan sido conocidos siempre como pertenecientes esencialmente a la espiritualidad, muy especulativa en sus expresiones, del Maestro Eckhart, y, por esto, parecía evidente que la segunda Hadewijch, al menos con seguridad, fuera posterior al maestro renano; bastaría, ciertamente, citar el último de sus poemas para estar dispuesto a creerlo. Allí se presenta uno de los temas que estamos habituados a considerar como «eckhartianos» (es decir, la desnudez de la esencia divina que exige el vaciamiento del alma que quiere unirse a ella), toda la atmósfera del poema respira la predicación del enigmático dominico:

¡Salud! Fuente primera en nuestro interior

que nos das el noble saber celestial

y el alimento de amor siempre nuevo

y en tu inteligencia nos liberas

de todo accidente exterior.

La unidad de la verdad desnuda,

aboliendo todos los porqués,

me mantiene en la vacuidad

y me adapta a la naturaleza simple

de la eternidad de la Esencia eterna.

Aquí estoy despojada de todo porqué.

Quienes jamás comprendieron la Escritura

no podrán razonando explicar

lo que yo he encontrado en mí misma, sin medio, sin velo,

más allá de las palabras58