II. De Hadewijch a Eckhart y Ruysbroeck
De Hadewijch I a Hadewijch II
Si tuviéramos que resumir con un trazo la obra espiritual de Hadewijch podríamos decir que es la expresión de una espiritualidad surgida completamente en la fe católica tradicional, pero en la que no hay espacio para la especulación abstracta que, partiendo del dogma, se dedica al análisis filosófico-teológico. Todo lo que Hadewijch nos dice tan profundamente sobre Cristo y el alma, sobre su incorporación a la unidad viva con la Trinidad como consumación de la unión, en la fe viva, con el Hijo de Dios hecho hombre, se diferencia de las grandes síntesis escolásticas sobre estos temas, que se estaban construyendo también en ese momento. Hadewijch parece ignorarlas completamente, ni tan siquiera sabe de su existencia. Lo que ella dice está en la perspectiva del Amor que es Dios, según san Juan. Este amor, tal como ella lo interpreta, canta, insinúa, nos empuja a entregarnos, como una sencilla profundización de la palabra de Jesús, que san Pablo nos transmite en el capítulo octavo de la Segunda Carta a los Corintios: «Hay más alegría en dar que en recibir». En una palabra, se trata simplemente, pero vivido en toda su plenitud, delÁgape neotestamentario.
En un momento en el que los pensadores católicos, incluso los más ortodoxos (y aún más sucederá, hacia el final de siglo, con los que lo eran menos), tienden a desarrollar la teología desde una especulación metafísica, no hay nada de esto en ella, aunque en el fondo de su espiritualidad encontramos verdadera teología. La teología que encontramos, por tanto, en su espiritualidad, sin separarse de esta, como sucedía también en el caso de los grandes Padres de la Iglesia antigua, es una teología espiritual en toda su esencia. Si en algún momento la palabra de Evagrio ha tenido algún sentido —que el «teólogo» y el «hombre de oración» son dos expresiones sinónimas— ha sido en el caso de Hadewijch. En este sentido es sumamente particular el modo como ella trata el tema del ejemplarismo, su tema más fundamental, que ha estado, sin embargo, vinculado a una tradición teológica saturada de reminiscencias filosóficas, resultando muy revelador, una vez más, el que ella jamás emplee esta palabra ni ningún término semejante.
Con su continuadora, Hadewijch II, como se la ha llamado, a pesar del lazo estrecho y profundo de filiación que las une (ni Ruysbroeck ni Juan de Leeuwen muestran la menor sospecha de que pudieran ser dos personalidades diferentes), percibimos una primera nota —no diría discordante— que expresa un cambio hacia otro registro: el de la pura especulación. Pero, ciertamente, aunque la meditación dé un giro metafísico, esta procederá siempre de la oración y volverá siempre a ella.
¿Qué encontramos, por tanto, de novedad en esta Hadewijch II en relación con la anterior? Dom Porion señala la desnudez, la pura liberación del espíritu, la profundidad simple de nuestro ser, la chispa del alma, el espejo siempre dispuesto a reflejar en nuestro interior la divinidad, la unión sin medio ni intermediario57.
Pero insistimos de nuevo en que, sin embargo, la preocupación primordial es totalmente espiritual, y que lo intelectual, que se refleja en sus poemas (los de su maestra eran más libres aún que sus cartas), no oculta el frescor y la juventud tan sorprendentes en sus versos como en los de la primera Hadewijch.
Esto no impide que todos estos temas hayan sido conocidos siempre como pertenecientes esencialmente a la espiritualidad, muy especulativa en sus expresiones, del Maestro Eckhart, y, por esto, parecía evidente que la segunda Hadewijch, al menos con seguridad, fuera posterior al maestro renano; bastaría, ciertamente, citar el último de sus poemas para estar dispuesto a creerlo. Allí se presenta uno de los temas que estamos habituados a considerar como «eckhartianos» (es decir, la desnudez de la esencia divina que exige el vaciamiento del alma que quiere unirse a ella), toda la atmósfera del poema respira la predicación del enigmático dominico:
¡Salud! Fuente primera en nuestro interior
que nos das el noble saber celestial
y el alimento de amor siempre nuevo
y en tu inteligencia nos liberas
de todo accidente exterior.
La unidad de la verdad desnuda,
aboliendo todos los porqués,
me mantiene en la vacuidad
y me adapta a la naturaleza simple
de la eternidad de la Esencia eterna.
Aquí estoy despojada de todo porqué.
Quienes jamás comprendieron la Escritura
no podrán razonando explicar
lo que yo he encontrado en mí misma, sin medio, sin velo,
más allá de las palabras58