: Luigi Giussani
: Dar la vida por la obra de Otro Ejercicios Espirituales de Comunión y Liberación (1997-2004)
: Ediciones Encuentro
: 9788413394237
: 1
: CHF 8.00
:
: Christentum
: Spanish
: 216
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Dar la vida por la obra de Otro (1997-2004) es el sexto y último volumen dedicado a las intervenciones de don Luigi Giussani en los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de Comunión y Liberación. En sus páginas Giussani pone de manifiesto cómo en la cultura de nuestro tiempo se ha producido una separación entre el sentido de la vida y la experiencia. Así, Dios es concebido como un «ente» que no tiene relación con la acción del hombre, y la realidad ha sido vaciada de su valor como signo. Consecuencia de ello es la reducción del cristianismo a moral o mero discurso. «Me ha impresionado ver recientemente imágenes de iglesias transformadas en clubes nocturnos, cines, canchas de tenis y piscinas. Haberse enrocado en la defensa de principios morales -aunque sea una cosa justa- no aguantó ante la propagación de una mentalidad contraria, que se ha ido difundiendo cada vez más, imponiendo nuevos valores y nuevos derechos. El cristianismo, reducido a moral, ha perdido progresivamente su atractivo. Así que muchos de nuestros contemporáneos nacen y viven indiferentes al cristianismo y a la fe» (del prólogo de Julián Carrón). ¿De dónde volver a partir, entonces? Del estupor por el acontecimiento de un encuentro con una presencia humana llena de atractivo, en la cual Cristo se vuelve experimentable en la vida de la Iglesia y ante la que surge la pregunta: «Pero, ¿cómo hacéis para ser así?». «La gratitud por haber conocido a un padre que nos introdujo en la relación con el Padre como la vivió Cristo, nos hace querer compartir con todos la gracia que hemos recibido, entregando nuestra vida por la obra de Otro» (del prólogo de Julián Carrón).

Luigi Giussani (1922-2005), sacerdote milanés, es el fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación. Cursa sus estudios en la Facultad de Teología de Venegono, donde será profesor durante algunos años. En los años cincuenta abandona la enseñanza en el seminario para dar clases en un instituto de enseñanza media de Milán, el Liceo Berchet, donde permanecerá hasta 1967. Desde 1964 hasta 1990 enseña Introducción a la Teología en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán. Educador infatigable, Giussani publicó en el transcurso de su vida numerosos ensayos, pues como él mismo dijo, «sólo a través de la educación se construye un pueblo como conciencia unitaria y como civilización». En particular quiso mostrar «la razonabilidad y utilidad para el hombre moderno de esa respuesta al drama de la existencia que lleva por nombre 'acontecimiento cristiano'», ofreciendo dicha respuesta «como sincera contribución para una verdadera liberación de los jóvenes y de los adultos». Como reconocimiento a su labor, en 1995 recibió el Premio Nacional para la Cultura Católica y, en diciembre de 1997, su libro El sentido religioso fue presentado en la ONU. Falleció en Milán el 22 de febrero de 2005. Siete años después, el 22 de febrero de 2012, se presenta la petición de apertura de su causa de beatificación y canonización, que es aceptada por el Arzobispo de Milán. Encuentro ha publicado casi todas sus obras en español.

PRÓLOGO. «CRISTO ES LA VIDA DE MI VIDA»

¿Qué es lo que determina la realidad histórica que estamos viviendo? El predominio de la ética sobre la ontología1. Giussani formula este juicio a finales de los años noventa. En su opinión, esto suponía la culminación de una trayectoria iniciada siglos antes con la era moderna y el avance del racionalismo, que plasmaron la actitud de la cultura y del Estado hacia el cristianismo y la Iglesia. A partir de entonces, la primacía de la ética sobre la ontología se va convirtiendo en un factor generalizado. A raíz de una separación y jerarquización del conocimiento científico-matemático y del conocimiento filosófico (y religioso), la concepción actual de la realidad y de la existencia está cada vez más determinada por el comportamiento, por ciertas «preferencias»: no por la razón, por la realidad tal y como se hace evidente en la experiencia, es decir, por la ontología, sino éticamente, por una conducta a partir de la cual se utiliza la razón2. «Y también la Iglesia, atacada por el racionalismo, ha subrayado la ética en su pastoral al pueblo y en su teología, dando por supuesta y casi obliterando su fuerza original, la ontología» (ver aquí, p. 22).

Sintiéndose en contraste con el Estado y con la forma cultural emergente, una gran parte de la Iglesia se ha decantado por lo que también otros —incluidos los detractores— podían entender o tenían que admitir, es decir, la ética fundamental, los valores morales. Se dejó prevalecer la ética, dejando en un segundo plano el contenido dogmático del cristianismo, su ontología, que es el anuncio de que Dios se hizo hombre y que este acontecimiento permanece en la historia a través de una realidad humana, la Iglesia, «cuerpo tangible de Cristo» (p. 152), formada por personas que documentan la plenitud que Jesucristo aporta a la vida de quienes lo reconocen y lo siguen. Por consiguiente, también la predicación en la Iglesia se ha centrado principalmente en referencias éticas: la forma en que se ha propuesto el cristianismo se ha vuelto una obligación más que un atractivo. Y cuando esto sucede, la fe pierde su razonabilidad y su capacidad para generar la vida del pueblo cristiano.

Parecía obvio y más fácil apelar a la moral católica para mantener el compromiso de la gente con la experiencia cristiana. No se consideró necesario ofrecer razones adecuadas para seguir a la Iglesia. Se pensó que sería suficiente insistir en algunas reglas básicas de comportamiento para inducir a los destinatarios a cumplirlas. De esta forma la Iglesia continuaría ejerciendo su función de faro moral. Mientras el ambiente cultural fue homogéneo y la Iglesia ocupó allí el papel de actor principal, la moral nacida en el cauce cristiano resistió, aun gozando de un consenso cada vez más débil. Pero a medida que el contexto social se volvió más heterogéneo y multicultural, todo cambió. Y el proceso de erosión sufrió una aceleración repentina. Me ha impresionado ver recientemente imágenes de iglesias transformadas en clubes nocturnos, cines, canchas de tenis y piscinas. Haberse enrocado en la defensa de principios morales —aunque sea una cosa justa— no aguantó ante la propagación de una mentalidad contraria, que se ha ido difundiendo cada vez más, imponiendo nuevos valores y nuevos derechos.

Al no proponerse en su ontología como un acontecimiento de vida capaz de corresponder al deseo profundo del hombre, el cristianismo, reducido a moral, ha perdido progresivamente su atractivo. Así que muchos de nuestros contemporáneos nacen y viven indiferentes al cristianismo y a la fe. Se instauró una suerte de falta de familiaridad con lo humano, debida a una ingenuidad «sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo»3: habiendo descuidado las necesidades humanas profundas —de verdad, belleza, justicia, felicidad—, la Iglesia apareció cada vez más distante de la vida, y la fe como algo últimamente incomprensible.

¿Cómo hemos llegado hasta este punto? Giussani da a esta pregunta una respuesta que ilumina tanto nuestro presente como nuestro pasado. El proceso empezó, dice, «sin que nadie se diera cuenta», a partir de «una separación del sentido de la vida de la experiencia». Dios se concibe como algo separado de la experiencia, como algo que no tiene ninguna influencia en la vida. «El sentido de la vida ya no tiene ninguna relación, o difícilmente se puede definir su relación, con el momento de la existencia que uno está atravesando». Pero esto depende —aquí Giussani da un paso crucial— de algo que ya ha ocurrido antes: «El meollo de la cuestión se esclarece en la lucha que se desata acerca del modo de entenderla relación que hay entre razón y experiencia» (p. 70). En la raíz de ese divorcio, de esa separación entre Dios y la experiencia, hay una reducción, de carácter cognitivo, en la forma de concebir la relación entre razón y experiencia.

¿Qué entiende Giussani por experiencia? «La experiencia es el emerger de la realidad ante la conciencia del hombre, el transparentarse de la realidad ante la mirada humana. Así, la realidad es algo con lo que nos topamos, es un dato, y la razón es ese nivel de la creación en el que esta se hace consciente de sí». Por tanto, es en la experiencia donde la realidad se manifiesta y se revela como algo dado, no producido por nosotros, que remite a otra cosa como su origen último. Y la razón es la mirada a