Introducción
El 31 de mayo de 1965, la poeta y periodista disidente Lin Zhao, de treinta y tres años de edad, se sentó en el banquillo de los acusados de la Corte Popular del distrito de Jing’an en Shanghái.
Se la acusaba de liderar una «camarilla contrarrevolucionaria» que había publicadoUna chispa de fuego, un periódico clandestino que denunciaba el despropósito del gobierno comunista y el Gran Salto Adelante de Mao, a quien acusaban de la hambruna sin precedentes que asoló el país entre 1959 y 1961, y que acabó, según sus cálculos, con al menos treinta y seis millones de vidas a nivel nacional1.
Lin Zhao también había aportado a esta publicación un extenso poema titulado «Un día en la pasión de Prometeo». En él se mofaba de Mao describiéndole como un Zeus con atributos de villano, que no conseguía que Prometeo apagara el fuego de la libertad que había robado del cielo, a pesar de sus intentos. Las autoridades sostenían que el poema era un «vicioso ataque» al Partido Comunista de China (PCCh), así como al sistema socialista, y que animaba a sus colegas contrarrevolucionarios a «promover abiertamente una China libre, democrática y pacífica»2. La condenaron a veinte años de cárcel.
«¡Este fallo es bochornoso!», escribió al día siguiente Lin Zhao en el reverso del veredicto valiéndose de su propia sangre como tinta. «Pero lo escuché llena de orgullo. Muestra en cuánto estima el enemigo este acto de combate. ¡En lo más hondo de mí siento el orgullo de un combatiente! Apenas he hecho nada y aún dista mucho de ser suficiente. ¡Sí, me queda mucho por hacer para estar a la altura de los actos que me atribuís! ¡Y, además, esto que habéis dado en llamar ‘resolución’ carece de significado para mí y lo tengo en poco!»3.
Fue una inesperada nota discordante en la sinfonía de la Revolución maoísta. El movimiento comunista, que había empezado en la década de 1920 y que Mao había dirigido desde los años treinta, había resultado en un gran triunfo: la fundación de la República Popular en 1949. La Revolución había hecho del comunismo un credo sagrado y una completa religión de masas, con sus escrituras marxistas y maoístas, sus sacerdotes (los cuadros) y su liturgia revolucionaria.
El culto a Mao se remontaba a los años cuarenta, pero despegó con la publicación deEl libro rojo de Mao —también conocido comoEl pequeño libro rojo— en 1964. Se imprimieron más de mil millones de copias en la década posterior. Durante la Revolución Cultural, que se puso en marcha en 1966, el cántico de consignas blandiendoEl libro rojo frente al retrato del «gran líder» se volvió un ritual colectivo. Mientras, se fabricaron casi cinco mil millones de insignias con la cara de Mao, la mayor de ellas del tamaño de una pelota de fútbol4.
El sacrilegio era prácticamente impensable. Hasta el punto de que no era raro que algunos condenados al paredón por «contrarrevolucionarios» lanzaran un «viva el presidente Mao» mientras l