Capítulo I
Estebanico
Llegamos al puerto de Azemmour en Marruecos aproximadamente en enero de 1525, con el barco deshecho, variosdesaparecidos, cuantiosos muertos y heridos a bordo, incluyendo a su dueño, el capitán portugués, don Luis Ignacio Da’ Silva; a quien me aliaron por obligación. Fue él quien rompió la alegría de mi infancia y quien destruyó mi identidad al trasladarme a rastras y amarrado hasta su maldita nave, cazado como una bestia. Siendo ya su esclavo, me decía simplemente el Negro.
Unos días atrás, cercanos a las costas somalíes, fuimos atacados por una embarcación pirata, de la que pudimos escapar de milagro. Me parecía mentira que fuera yo uno de los pocos que salió bien de aquella batalla, en la que solo el prodigio divino hizo que un cañonazo nuestro desbaratara la proa enemiga y, se hundiera de inmediato, ante nuestras narices.
Vi tantos cuerpos a flote que sentí pena por los que no habíanmuerto; porque, aunque nadaran y sus voces alcanzaran el mismocielo, estaban destinados a que el «infierno azul» los tragara. Después… mucha sangre en el piso, gritos de dolor, amputaciones a sangre fría, y solo esperar a que la mano de Dios nos llevara a puerto seguro. Asífue mi vida. Así, siempre fue mi aventura. Así fue, hasta arribar a Azemmour, un puerto seguro.
Nací y me crié hasta los quince años en el norte de África, en una tribu berebere o Amazigh (significa hombre libre en esa lengua), época de la cual apenas conservo el recuerdo del abuelo con sus cuentos de los pueblos viejos; las grandes caravanas por aquel terreno desolado, quemante, amarillo, violento, que tragó a tantos seres de mis ancestros; los oasis colmados de palmeras y dátiles; y del desierto, que se pierde entre la salida y la puesta del sol, para traer noches bien frías. En esos parajes de escorpiones y serpientes crecí.
La imagen de aquel viejo guerrero, que peleó y murió al pie de la costa, defendiéndome de los cazadores de negros jóvenes, para hacernos esclavos y vendernos al mejor postor, todavía permanece en la memoria en mis tristes noches, ¡ay abuelo mío, te llevo en el corazón!
De mis padres no tengo referencias, porque fue el anciano quien estuvo siempre a mi lado, y de ellos nunca habló. Han pasado desde aquellos años, muchas, pero muchas cosas y… ahora, que voy tocando la vejez, es que resuelvo dejar constancia de una vida, que al mirarla desde esta edad, parece irreal.
Hay sucesos imborrables y únicos que deseo trasmitir y que apenas, un analfabeto como yo podría relatar de no haber sido por la noble labor del padre José Ramón Artiles, hombre culto y amante de Cristo, defensor de los aborígenes y que manejaba la pluma con excelente maestría. Él iba leyéndome cada cuartilla que salía de mis sentimientos y así brotó a la luz esta historia…
En el puerto de Azemmour, es donde «nace» Esteban. Mi nombre era Jasen; aunque este murió el día en que después de sacarme de mi país, me vendieron al esp